A causa de una epidemia de fiebre
aftosa en Marruecos, el delegado del gobierno en Melilla ha prohibido la
entrada de corderos marroquíes en la ciudad. Los musulmanes han protestado
enérgicamente, exigiendo poder sacrificar sus animales. La respuesta del delegado
ha sido: que se traigan corderos de la Península. Pero las protestas han
arreciado: los animales, sí o sí, han de ser de Marruecos. Las calles se han
llenado de pancartas: "Nuestra Sunna no se discute"; "La
tradición no se negocia".
Estoy hasta las narices del
"hay que respetar". Veamos: no se les va a obligar a comer cerdo, ni
a sacrificar sus animales por el rito judío; solo se cuestiona el origen
geográfico del cordero por razones de salud pública. Indudablemente es un bien
mayor.
Esto sucede la misma semana en que
todas las agencias de noticias y un alto porcentaje de artículos de opinión nos
han bombardeado con el tema de la posible prohibición del llamado
"burkini", traje de baño integral de las mujeres musulmanas. Los
articulistas se han posicionado en ambos bandos: por un lado, advirtiendo
contra la islamofobia y alegando razones de libertad individual para vestir
como nos dé la real gana; por otro, señalando que la vestimenta integral es un
símbolo de sumisión patriarcal y religiosa, incompatible con la propia libertad
individual. Incluso las feministas se han dividido, aunque coincidiendo en
acusar de ambas posturas a los nefastos machos, que utilizan a la mujer para
sus propios intereses de juzgar al otro.
Ya me conocéis, y sabéis de mi opinión
al respecto. Por mí, uno puede ir a la playa con bañador integral (las campañas
contra el cáncer de piel lo agradecerán), con tutú de ballet, con disfraz de
Supermán o con los testículos colgando alegremente. Me la trae al pairo. Pero
cuando me hablan de "libertad" en una norma religiosa, me da la risa
floja. ¿Realmente es libre de elegir alguien a quien se ha amenazado nada menos
que con el tormento eterno?
Y aún me da más risa que se invoquen
tanto las libertades individuales sin contrastarlas con el respeto a la ley.
- La ley
limita mi libertad de circulación cuando me prohibe conducir a 130 km/h.
- La ley
limita mi libertad de movimiento cuando me prohibe entrar en una propiedad
privada o en un área restringida.
- La ley
limita mis derechos sobre mi salud y mi cuerpo cuando me prohibe conducir
borracho.
- La ley
limita mi derecho a decidir cuando dice que no puedo no pagar impuestos o no
estar asegurado.
¿Realmente queremos jugar a esto?
Tal vez haya que mirar al pasado y fijarnos en los dos pilares fundamentales de
nuestro ordenamiento jurídico: el derecho romano y la Revolución Francesa.
- Libertas
est potestas faciendi id quod iure licet ("La libertad es la facultad
de hacer lo que el derecho permite").
- "La
libertad es el poder que pertenece al hombre para hacer aquello que no
perjudique los derechos del otro". Artículo 6º de la Declaración de
Derechos Humanos de la República.
Con estos dos principios, ceñirse al
derecho y no perjudicar a los demás, deberemos decidir cuáles son las fronteras
del "respeto" a las costumbres y creencias.
El escritor y abogado Guillermo
Cabanellas definió la libertad como "la facultad humana de dirigir el
pensamiento o la conducta según los dictados de la propia razón y de la
voluntad del individuo, sin determinismo superior ni sujeción a influencia del
prójimo o del mundo exterior". ¿Podemos hablar, por tanto, de
"libertad" en el caso de una prohibición o prescripción religiosa?
¿Podemos garantizar la ausencia de "determinismo superior" o de
" influencia del prójimo o del mundo exterior"?
Ya he dicho que me afecta poco cómo
se vista una mujer, en la calle o en la playa, pero debemos volver a la noticia
del día, la que ha motivado este escrito. La religión debe ser algo íntimo y
personal, y solo en ese espacio el creyente merece respeto. Desde el
momento en que una creencia, una religión organizada o una casta sacerdotal
(sea de imanes o de obispos) interfiere con las leyes civiles, todo
"respeto" debe dejar paso al imperio de la ley. No se puede poner en
peligro la salud pública porque el cordero haya caminado más o menos
kilómetros, haya cruzado una frontera o embarcado en un ferry. La decisión se
tomó y comunicó el 22 de noviembre, nada menos. Ninguna tradición, creencia,
costumbre ni "sunna" puede justificar la vulneración de las normas de
higiene y seguridad, y en nombre de las mismas no se puede exigir la dimisión
de un cargo público ni hacer manifestaciones.
La Comisión Islámica de Melilla
defiende "la libertad de los musulmanes a elegir el borrego"...
Aunque sea del partido político que
más condeno, manifiesto todo mi apoyo a la decisión tomada por el delegado del
gobierno de Melilla, al menos mientras no haya informaciones que maticen o
contradigan lo que hasta ahora sé. Tiene razón, y los clérigos se equivocan.
La fe no puede estar por encima del bien común. Ni de la ley.