Conocí a Sebastián Roa
hace mucho, quizá demasiado. Fue en 2008. Se movía con discreción, hablaba con
humildad, no pretendía destacar, pero tenía dos novelas publicadas: eso lo
convertía en un héroe para los pobres aficionados que llevábamos nuestro
mecanoscrito bajo el brazo. Diez años después, convertido en un autor de éxito,
reconocido en círculos literarios y académicos, sigue creyendo que la palabra
"escritor" le viene grande, a pesar de que él, precisamente él, se la
merece sin ningún atisbo de duda.
Cuando leí el borrador me vinieron a la memoria dos
recuerdos de mi infancia. El primero fue la disposición de los hoplitas tebanos
en la batalla de Leuctra, en un dibujo del primer tomo de una enciclopedia
("Maravillas de saber"). Allí descubrí la genialidad de Epaminondas y
Pelópidas, y esa época tan poco conocida por el gran público: la hegemonía
tebana. El segundo recuerdo, si me permitís la digresión, es el de mi abuela en
el sofá, viendo una película bélica; intentaba advertir a un soldado de que se
había colocado en mala posición y lo iban a matar. No podemos evitar que los
errores de los personajes nos atrapen, nos incumban, nos hagan sentir
identificados, mucho más que sus aciertos, porque somos humanos y cometemos
errores.
Como lector, tengo mis manías y mis preferncias. La
tercera novela de Sebas, "Venganza de Sangre", me pareció una obra
maestra, así la reseñé en su día en Hislibris (
AQUÍ)
y así la sigo considerando. Blasco de Exea era un ser humano que erraba,
sufría, descendía a los infiernos, pecaba y se redimía, como cualquiera de
nosotros. Luego vino la "trilogía almohade", magnífica sin duda, pero
yo seguía echando de menos a Blasco de Exea... hasta hoy. "Enemigos de
Esparta" es una gran novela por muchos motivos, pero a mí me enamoraron
sus personajes.
Es históricamente correcta. Discutible como lo es siempre
la historia, pero sin errores. Por poner
solo un ejemplo, puede que muchos no compartan la "teoría tracia" de
la falange macedonia, con las reformas de Ifícrates y el uso de las
"lanzas ciconias", pero es una corriente de opinión entre
historiadores de prestigio. Hay licencias, sí, que el propio autor confiesa en
su apéndice histórico ("Lo que fue y lo que no fue") siguiendo su
honesta costumbre, y nos cuenta qué es real, qué es ficción y qué pudo haber
sucedido pero no está en condiciones de demostrar; Sebastián cumple con su
obligación de escritor al crear, pero no nos miente. Finalmente, como muchas
buenas novelas, divulga a la par que entretiene, puesto que pocos conocen la
época de la hegemonía tebana; algunos puede que ni siquiera hayan oído hablar
de Tebas. Sí, ya sé que Roa es de los que dicen que no se debe estudiar
Historia con las novelas, y es cierto; pero no es menos cierto que, para muchos
lectores, una buena novela puede hacer que les entre la curiosidad por unos
hechos de los que no tenían la menor idea.
Desde el punto de vista formal, es impecable. Lenguaje
pulcro, claro, correcto, preciso: sin errores. Roa es un hombre minucioso y
perfeccionista hasta en el más mínimo detalle. Pero al mismo tiempo es
atrevido: la alternacia narrativa pasado/presente, por ejemplo, es un recurso
que pocos autores sabrían manejar, y Sebas lo hace con absoluta maestría. No
hay páginas de relleno, ni párrafos superfluos; no sobra ni una sola palabra,
ni una sola coma. Cualquier escena, por banal que parezca en su momento, tiene
su razón de ser y la novela no sería la misma si se suprimiese.
Como aventura, es magnífica, tanto en lo que respecta a
las grandes hazañas bélicas como a los combates singulares. Puede que el
término "cinematográfico" para referirse a un estilo de escritura
pueda parecer frívolo, pero algunos crecimos con la naricita pegada al
televisor, viendo a James Mason luchar contra Stewart Granger en "El
prisionero de Zenda", y es así como concebimos la épica.
Pero yo quiero hablar de sus personajes, en especial de
Prómaco, un mercenario de clase baja. Se le ha criticado por ser un
"personaje omnipresente": vamos a ver, eso se llama
"protagonista". También se ha criticado que se permita dar consejos a
los líderes tebanos; no sé qué tiene de raro que un soldado profesional asesore
a aristócratas que posiblemente no hayan estado nunca en un campo de batalla.
En la novela, y en la Historia, hay una visión elitista
que se potencia en la novela histórica. Hemos crecido con la Historia de los
reyes y las batallas. Los personajes de baja extracción tienen unos papeles
definidos, de los que no deben salirse, y están condenados a ser los
secundarios de las grandes gestas; solo pueden ser protagonistas de las novelas
picarescas, o de terribles dramas sociales sin esperanza. Todos recordamos la
frase de Stendhal, cuando dice que "en todos los tiempos, los viles
Sanchos Panzas derrotarán a los sublimes Quijotes". ¿Qué tiene de
"vil" el pobre Sancho Panza? Kafka también dijo que la principal
desgracia del Quijote no era su fantasía, sino Sancho Panza. Con todos mis
respetos a Stendhal y Kafka, creo que se equivocan. Aunque otros géneros ya han
empezado a cambiar esa mentalidad, la novela histórica resiste, salvo
excepciones, contra toda evidencia, como si Napoleón no hubiese sido un teniente
de artillería que llegó a emperador de los franceses.
Una novela histórica puede tener dos protagonistas, de la
Historia (con mayúsculas) y de la historia (con minúsculas): el primero
protagoniza los grandes hechos; el segundo, el argumento de la novela. No se
debe confundir ese "pequeño protagonista" con un narrador ficticio.
En "El conde Belisario", Graves nos cuenta la historia del general
con los ojos de Eugenio, siervo de Antonina, pero Eugenio NO es el protagonista;
Graves sustituye la tercera persona omnisciente por una tercera persona
"testigo ocular", eso es todo. En "Enemigos de Esparta",
Prómaco SÍ es el protagonista de la novela, el de la historia con minúsculas,
mientras Pelópidas y Epaminondas protagonizan la Historia con mayúsculas y sus
batallas.
Además, hay "secundarios de lujo", como Platón,
que no son ni mucho menos irrelevantes; a veces, los "secundarios
tangenciales" no lo son tanto, y nada sobra en una novela de Sebastián
Roa. Como el Platón real, el Platón de Roa nunca habla por hablar, y cada vez
que interviene nos da una valiosa pista sobre lo que será el devenir de la
novela.
Cuando era mucho más joven, una mujer enamorada me dijo
que en la Edad Media yo hubiera sido un caballero. Yo le dije que no, que
hubiera sido un arquero. El caballero nace,
ningún lector puede aspirar a serlo. Para el común de los mortales es más fácil
sentirse identificado con quien se hace,
con aquel que partiendo de la nada alcanza las más altas cimas de la miseria (y
que Groucho me perdone por usar su frase sin permiso). Podemos sufrir con quien
sufre, dudar con quien duda, llorar con quien llora, y siempre es más fácil si
sufre, duda y llora como uno de los nuestros. Por ello, sin negar la grandeza
de los trágicos, el pueblo griego acudía en masa a las comedias de Aristófanes.
Por eso, sin negar a Shakespeare, generaciones de británicos han devorado los
libros de Dickens. Por eso a los españoles nos enternece el Galdós de
"Miau", con Ramón de Villaamil, ese parado demasiado mayor para ser
readmitido. Si la "novela social" nos muestra gentes comunes, la
novela histórica debe hacer lo mismo, porque todas las gentes han vivido las
épocas pasadas, y todas son Historia.
Prómaco no es un caballero, ni siquera es un hoplita: es
un peltasta, un hombre de origen humilde, hijo de una viuda... ¿Cómo no voy a
sentirme identificado con él? Es un hombre real con defectos reales. Comete
errores que podría haber evitado, como ese soldado al que le gritaba mi abuela.
Se empecina en seguir caminos equivocados, hace daño a personas que lo quieren...
No es "el bueno" maniqueo, perfecto, que hasta huele bien. Es alguien
con quien podemos empatizar, alguien que podríamos ser nosotros de haber nacido
en aquella época, alguien que vive lo que nosotros hubiéramos vivido. Queremos
novelas de honderos, de remeros, de porteadores... de peltastas. Porque somos
hijos y nietos de honderos, remeros, porteadores y peltastas, y su Historia es
la nuestra. Todos somos Prómaco.
Quien busque grandes héroes, los encontrará en esta
novela: Pelópidas, Górgidas, Epaminondas. Para quien busque héroes de verdad,
de los que salen de la tierra, caminan sobre la tierra, y vuelven a la Tierra,
aquí está Prómaco. Para contarlo, está Sebastián Roa.
Título: Enemigos de Esparta.
Autor: Sebastián Roa.
Editorial: Ediciones B, 2018.
Tapa dura. 592 páginas.
PVP: 20,80 euros.
Versión electrónica 9,49 euros.