lunes, 31 de diciembre de 2012

El poeta ñoño.


El escritor se llama Ovidio. Una cruel ironía, porque sus versos son horrendos. Hace siglos que el poeta romano se convirtió en cenizas, las cenizas en lejía, la lejía en salitre, y el salitre en abono para alguna triste planta de la lejana Tomi; a pesar de ello, el alma de Ovidio se retuerce cuando su tocayo español perpetra sus ripios.
            Hoy puede ser su gran día. O no. El agente literario ajusta sus gafas para encontrar el punto justo en sus lentes progresivos, pero para lo que hay que leer hubiera sido mejor seguir con su presbicia. Sigue las líneas una y otra vez, y a cada lectura le parecen peores.

Eres, mujer, un sueño irrealizable,
tan remota, tan cálida, tan bella.
Sin pretenderlo eres como una estrella:
brillante y hermosa. ¡Inalcanzable!

Fijos mis ojos en la risa amable,
perdidos mis pies en pos de tu huella,
rápido pálpito, fugaz centella,
fuego en la mirada tan amigable.

Oculta por siempre tras esta roca,
mi alma anhelante sigue al acecho.
¡Es tan grande la dicha y es tan poca!

Reconozco que no tengo derecho
a ver salir un día de tu boca
agua que apague el ardor de mi pecho.

­            —¿Qué? —pregunta ansioso el aspirante a la fama imperecedera.
            —¿Cómo?
            —Que qué tal. Que si le gusta. Es solo un ejemplo, lo último. Tengo más: ¿quiere leerlo?
            ¿Más? Un escalofrío recorre su espalda.
            —No, no hace falta.
            —Bueno y, ¿qué tal?
            —En fin, es que...
            —¿Es por la métrica, o por la rima? Juraría que lo había revisado antes de pasarlo a limpio. ¿Falta alguna sílaba? ¡Ah, no! Es el tercer verso, que es muy largo. A ver, déjeme medirlo otra vez: sin-pre-ten-der-loe-res...
            —¡No! La métrica está bien medida. Y rimar, lo que se dice rimar, pues sí, rima. Pero es que...
            No es la primera vez que rechaza a un escritor, pero siempre es peor con los poetas. Se jura por enésima vez que, en cuanto tenga una mínima cartera, solo aceptará ejemplares por medio electrónico y los rechazará del mismo modo. Los servidores de correo no te miran con ojos soñadores.
            —¡Diga, diga! Estoy abierto a la crítica constructiva.
            Bueno, no tiene sentido seguir alargándolo.
            —Verá, es que... ¡Es usted en un ñoño! ¡Un verdadero moñas!
            Ya está, no hay vuelta atrás. Ahora solo queda ver de nuevo ese rictus de decepción...
            Anda, pues no. El creador de espantos sonríe como si la crítica le diera igual. Se inclina sobre la mesa y estrecha efusivamente la mano del asombrado agente.


Ovidio vuelve a casa con el ánimo ligero y alegre. Con ese poema, catalogado como “ñoño”, logró abrir los brazos y el corazón de su particular Corina, la misma que ahora lo está esperando y lo consolará por su fracaso. No importa la fama imperecedera: sus versos ya han logrado su objetivo.



4 comentarios:

  1. Ja, ja, josep. ¿Tendrá Corina que escribir unos versos igual de ñoños para corresponder a su Ovidio? He aquí la cuestión. Besazos y a empezar el nuevo año con tan buen humor.

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  2. A tu altura Josep! Como siempre.

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