lunes, 14 de noviembre de 2011

El 20 de noviembre y el cuento de La Lechera


De nuevo se acercan las elecciones. Y, de nuevo, iremos a votar (o no) movidos por absurdas promesas irrealizables o, peor aún, por las ilusiones que nosotros mismos nos hemos forjado. Y, como es el tema de moda últimamente, nuestra principal motivación para ir a las urnas será salir de la crisis.

¡Inocentes! ¿Realmente creéis que cualquiera de los dos partidos mayoritarios va a sacarnos de la crisis? Analicemos los hechos...

La crisis.
1) La crisis no ha sido ocasionada por ningún gobierno, al menos no sólo. La crisis ha sido provocada por un sistema económico perverso, que en lugar de producir para satisfacer el consumo se basa en consumir para mantener la producción. Mientras el sentido común nos incita a la austeridad para no agotar recursos económicos y naturales, y para controlar la contaminación y el calentamiento global, los mercados nos empujan al consumo desaforado y a la obsolescencia programada. Los romanos trabajaban menos horas al día que nosotros, y sólo tenían sus callosas manos y unas herramientas elementales, y los monjes medievales (ora et labora) se sostenían con cinco horas de trabajo efectivo al día. Nosotros, con poderosas máquinas que multiplican nuestro esfuerzo, necesitamos trabajar 40 horas semanales para adquirir caprichosos cachivaches que cubren necesidades inexistentes y que se estropearán antes incluso de agotar la garantía legal de dos años, para lo cual ya han descubierto el truco de la "garantía disuasoria", consistente en secuestrarte el producto durante un mes cada vez que se avería. Ni que decir tiene que este sistema es extremadamente frágil, por cuanto se basa en la capacidad de un obrero para comprar el producto de otro, y cada empleado produce para mantener un sistema que se sostiene en el consumo. Si uno de ellos se queda sin empleo, y deja por tanto de comprar, se produce un efecto multiplicador que acaba con media fuerza de trabajo en la calle.
2) La crisis se ha potenciado por un sistema de monocultivo, propio del tercer mundo. España, que arrogantemente presumía de su crecimiento basado en el ladrillo, olvidó la lección de las bancarrotas de Brasil (monocultivo del café), Venezuela (petróleo) o Cuba (tropicales azúcar y tabaco que sus gélidos aliados soviéticos compraban a precio de oro negro). Con unos tipos de interés del 2%, se produjo una fiebre especuladora en la que los créditos se pedían para comprar viviendas en las que no se pensaba vivir, y cuyo único fin era ser vendidas con generosas plusvalías. A nadie le llamó la atención que hubiese ya más viviendas que familias, o que los primeros pagos de cualquier crédito consistiesen en intereses que se doblarían si el tipo de interés se doblaba, es decir, subía un previsible 2% más. Con una subida tan ínfima, el mercado se colmó de viviendas imposibles de pagar, y de carteles de "se vende" sin que nadie comprase. Mientras tanto, todos los poderes fácticos, y he dicho TODOS, se regocijaron en el barro del beneficio fácil. Por cada piso vendido, el gobierno central cobraba un IVA; el autonómico, un impuesto de actos jurídicos documentados; el ayuntamiento, un IBI. Ninguna administración, de ningún partido, estaba interesada en dejar de acuchillar a la pobre gallina de los huevos de oro.
3) La crisis se ha intensificado por la actitud irresponsable de los medios de comunicación, tratando un aumento del 2% de los tipos de interés como si fuese el fin del mundo, y declarando que era la peor crisis desde 1929. Por la de bancos y empresas constructoras, huyendo hacia delante. Por la de la oposición, exagerando el problema para obtener tajada política. Por la del gobierno, que no ha sabido tranquilizar al público.
4) La crisis se mantiene por un principio que ya previó George Orwell en "1984": si se crea riqueza, hay que repartirla; sólo la destrucción de la riqueza permite mantener la desigualdad y el poder. Así, las grandes empresas, las mismas que financian y sostienen a los partidos, se frotan las manos con cinco millones de parados dispuestos a aceptar cualquier clase de condiciones laborales, y con unos españoles acojonados dispuestos a tragar con convenios colectivos a la baja, reducciones de sueldo, abaratamientos de despido y toda suerte de políticas propias del más salvaje capitalismo decimonónico.
5) La crisis se consolida porque los tiburones financieros disfrutan especulando con los altibajos de la bolsa, con los ataques a la deuda soberana, con el mangoneo de las calificaciones de riesgo, con las constantes peticiones de fondos públicos para reflotar empresas centrífugas. Como muestra, un botón: la necesidad de ayuda para el banco de Valencia. Pensemos... El BV es de Bancaja, Bancaja es de Bankia, y Bankia ha obtenido beneficios. ¿No debería ser Bankia quien reflotase el BV? Ah, no, que son entidades jurídicas distintas, claro.

La gestión de la crisis.
Y ahora es cuando os pido que penséis con la cabeza y no con las siglas. Vivimos en un país de competencias atomizadas. Ayuntamientos, diputaciones, autonomías y estado central, en manos de partidos diversos, ejercen el poder sobre áreas que directa o indirectamente influyen en la creación de riqueza y en su gestión. Y aquí es donde debéis deteneros a pensar: ¿quién ha gestionado mal mi dinero? En nuestro caso, fundamentalmente, la Generalitat Valenciana, gobernada por el PP. En las pasadas elecciones, en un milagro de lucidez, los votantes decidieron castigar al gobierno central en unas elecciones autonómicas, por los errores cometidos en un gobierno autonómico que, oh maravilla, salió reforzado en las urnas.Y es que, como decía Marx, la Historia se repite, pero unas veces como tragedia y otras como farsa. Nosotros la reestrenamos como teatro del absurdo.
Podéis votar lo que vuestra conciencia o vuestra convicción os dicte, pero hacedlo con el cerebro y no con la vesícula biliar. Preguntaos si quien ha gestionado tan mal la crisis desde vuestro gobierno autonómico lo hará mejor desde el central, eso es todo lo que os pido.
Y olvidad vuestros sueños de princesas y príncipes azules: ni el partido del BBVA ni el del Santander, ni el de Gas Natural ni el de Endesa, os sacarán de la crisis. Al menos, no este año.

Entonces, ¿voto o no voto?
¡Por supuesto!
En 1933, con un puñado de votos, Hitler inició su ascenso al poder en un país que tenía diez millones de militantes socialistas y comunistas, los cuales se quedaron en casa diciendo aquello de que "todos son iguales", "la república de Weimar es burguesa" y otras chorradas por el estilo. El mismo año, en España, alcanzaba el poder, por las mismas razones, un caradura chillón, incompetente y corrupto llamado Lerroux. SIEMPRE HAY QUE VOTAR. Puede que no te guste ningún partido, pero no votar puede hacer que el gobierno que tengamos sea algún día el peor imaginable. Cuando los españoles salieron en masa a la calle a manifestarse contra la injerencia española en Irak, deberían haberse preguntado por qué el gobierno que nos había metido en ella tenía mayoría absoluta con tan solo el 24% de los votos posibles. Votad, maldita sea, votad.
¿Pero no he dicho que no nos van a sacar de la crisis?
Sí, lo he dicho y me reafirmo en ello. La evolución de la crisis es independiente del resultado de las próximas elecciones, y el 2012 será tan malo o peor que el 2011. Pero hay que ir a votar, porque lo que saldrá de las urnas no es la solución a la crisis, pero sí algo igualmente importante. Vais a votar vuestro modelo de sanidad, de educación, de política social, de relaciones internacionales, de tolerancia moral. Vais a decidir entre la sanidad pública, universal y gratuita o la gestión privada. Vais a elegir entre la escuela laica y de calidad o el refuerzo de la educación concertada. Vais a votar si nos alineamos con la cooperación internacional o no. Vais a decidir si los homosexuales deben o no tener los mismos derechos que los heterosexuales. Vais a forjar el grado de independencia entre Estado e Iglesia. Sea cual sea vuestra decisión, la respetaré, pero votad por esos motivos y no por el cántaro que se tambalea sobre la cabeza de La Lechera.