jueves, 23 de febrero de 2012

Yo también soy el enemigo

Mariano Pérez apuraba su último cigarrillo junto al paredón, preguntándose cómo había llegado a meterse en ese lío. Se preguntaba cómo se aprobó una ley que concedía a las corporaciones la autoridad para tener sus propias fuerzas de seguridad, o cómo se permitió que la aplicación de la ley en el recinto de la empresa quedase a su cargo, incluyendo la responsabilidad de hacer cumplir la propia ley y, en su caso, de ejercerla. Se preguntaba cómo fue posible que un directorio tecnocrático elegido por la CEOE y las agencias de valoración de riesgos gobernase el país, eligiese a los ministros y supervisara al Presidente y al Parlamento, hasta que una reforma constitucional acabó suprimiendo el sufragio universal para elegir a dichas instituciones. Se preguntaba cómo se había llegado a prohibir el derecho de manifestación pacífica "para poder seguir siendo libres en un país libre". Mientras fumaba el último cigarrillo en el paredón de su empresa, las fuerzas de seguridad, uniformadas de caqui y con armas automáticas, apuntaron cuidadosamente hacia su pecho. Mientras sonaban las descargas, recordó que él también había creído que saldríamos de la crisis...
¿Exagerado? Sí, por supuesto, pero a veces sólo la hipérbole y la reducción al absurdo pueden despertarnos de la siesta de la desconexión cerebral. Una vez hecha la entrada en escena y despejadas las mentes, puedo ponerme serio y hablar de las últimas novedades políticas que, como de costumbre, no apruebo.
¿Voy a meterme entonces con Rajoy? En absoluto. Un político de derechas tiene la obligación de hacer política de derechas; si le votan los que no están de acuerdo con esa política, la culpa es de la necedad de los votantes, no de los políticos. Empezaremos con la reforma laboral, pero es posible que no me quede ahí...


1.- Abaratamiento del despido para crear empleo.
Para hacerlo más sencillo, recurriremos a un ejemplo de la vida cotidiana. Supongamos que no sé si comprar ciruelas o albaricoques; indeciso como estoy, llego al mercado y veo que los albaricoques están más baratos: pues los compro. El vendedor sabe perfectamente que si abarata los albaricoques, aumenta la venta de albaricoques. Si, por el contrario, abarata las ciruelas, aumentará la venta de ciruelas. ¿Hace falta ser un genio para ver que si abaratamos el despido aumentará el despido? Y no es solo oratoria barata. Podéis rebuscar vosotros mismos en las hemerotecas y comprobaréis que jamás un abaratamiento del despido ha creado empleo; por el contrario, cada reforma laboral retrógrada ha incrementado las cifras del paro. Esta vez no será una excepción, y ya hay empresas que han puesto a sus gestores a hacer cuentas: cuánto me costará despedir a un veterano y cuánto ahorraré en trienios, complementos, carrera profesional y privilegios si lo sustituyo por un novato eventual y precario. Cuanto más barato salga el despido, más se desequilibrará la cuenta y más probable será que tengamos que decir adiós a algunos de nuestros compañeros. Al final, la cancioncilla de "la sexta" tendrá algo de profético cuando dice aquello de "cuando nos despidan con un beso, en lugar de la indemnización"

2.- Reducción de sueldos.
Ésta sí que es buena. Ya no basta con que una empresa con beneficios haga ERE a su antojo (como Telefónica, por ejemplo), aumentando su balance a costa de la prestación por desempleo (o sea, de nuestros bolsillos). Ahora, una empresa podrá reducir el sueldo a sus trabajadores si reduce sus beneficios aunque no tenga pérdidas, o para "mejorar su competitividad". Ojo al dato, señores. Porque, ¿cuánto tienen que reducirse los beneficios para que el empleador decida que gana poco? ¿Cada vez que disminuyan las ventas o aumente la competencia podrá cuadrarse el balance a costa de los trabajadores? ¿Podrá Telefónica (o Endesa, o Mercadona) bajar el sueldo a sus empleados cada vez que aceptemos una oferta de la competencia? Y esa es otra. ¿Qué es eso de mejorar la competitividad? ¿Con quién hay que competir? ¿Con las otras empresas del sector? ¿Entraremos entonces en una espiral de sueldos a la baja, en una perversa subasta holandesa donde ganará el peor postor? Eso poniéndonos a buenas, porque ya puestos podría ser "mejorar la competitividad" en comparación con China. Al parecer, las únicas soluciones para evitar la deslocación de empresas son que los chinos cobren sueldos de español o que los españoles cobren sueldos de chino, y el gobierno ha optado por la segunda opción.

3.- Limitación del pago en efectivo para reducir el fraude fiscal.
Una idea genial, porque cuando uno defrauda lo hace declarando haber pagado en efectivo, o haber cobrado en efectivo. Nadie paga o cobra en efectivo a escondidas. Y, por supuesto, todo el que paga en efectivo lo hace para defraudar. No sé si es una broma de mal gusto, una tomadura de pelo o una estupidez. Después de nombrar ministro de economía a uno de los hombres de Lehman Brothers, cualquier cosa es posible. En realidad, el único resultado de dicha norma (y la única intención, permítanme ser malpensado) es enriquecer más aún a la banca. A partir de ahora, nada de ir al banco y exigir un reintegro en efectivo para comprar un coche, adquirir unos billetes de avión, negociar nuestras vacaciones o pagar la reforma al albañil: a pagar con talones que generarán sustanciosas comisiones, o a hacer transferencias con el mismo resultado. La lucha contra el fraude se convierte así en un castigo colectivo, en el que todos tendremos que rascarnos el bolsillo para un resultado nulo. Repito: nulo. Porque si le pago en negro al albañil, nadie lo sabrá nunca; la ley sólo me afectará si se sabe que le he pagado y que lo he hecho en efectivo. Ahora viene el retorcido argumento de que el albañil no querrá cobrar en negro si luego no puede gastarse ese dinero. Y de nuevo se puede contestar a la sandez de nuestros gobernantes: quien cobra en negro, gasta en negro, so tarugos, a no ser que el defraudador sea tan tonto de gastar en blanco, en cuyo caso lo pillaréis igual independientemente de cómo cobrase en su día. No sé si nos gobierna una caterva de imbéciles o si sólo se lo hacen para tomarnos por imbéciles a nosotros.

4.- El pueblo es el enemigo.
Esta semana no sólo hemos visto cargas policiales en Valencia contra manifestaciones estudiantiles: también hemos soportado una ristra de sandeces al respecto, que es lo que verdaderamente me ha asustado. Empezamos por la calificación de "enemigo" para el pueblo, una visión propia de finales del XIX y principios de XX, cuando las avenidas de los ensanches se diseñaron para permitir las cargas de caballería o el uso de la artillería en los cruces, cuando una de las misiones de las fuerzas de seguridad (incluido el ejército de recluta forzosa) era reprimir duramente manifestaciones y reuniones, cuando cualquier fábrica podía pedir al gobierno que aplastase una huelga. Considerar que los manifestantes son el enemigo de la policía, en lugar del pueblo al que la policía debe proteger, nos devuelve al capitalismo salvaje y nos recuerda que el sueño del estado del bienestar está definitivamente desvanecido. Pero luego aparece Gallardón y nos dice que las cargas policiales son "para que podamos seguir siendo libres en un país libre". No sé si me acojona más la paradoja de considerarme libre porque limiten mi libertad de reunión y manifestación pacífica, o el hecho de que ese "libre" me suena  a la "Una, Grande y Libre" que adornaba el águila de San Juan en el escudo franquista; madre, qué miedo, de verdad. Y aún sorprende más que buena parte de la población defienda las cargas "porque la manifestación era ilegal" o "porque cortaban el tráfico". ¿Quién decide si una manifestación es legal? El gobierno; por tanto, un gobierno sólo tiene que no autorizar las manifestaciones que no le convengan para poder usar la contundencia cuando le dé la gana. Curiosa circunstancia que no puedo aprobar en absoluto. La resistencia pacífica es un derecho del pueblo soberano, sea aquí o en Túnez, y no podemos admirar en poblaciones ajenas lo que reprochamos en la nuestra. No podemos admirar a los indios por tumbarse en las vías del ferrocarril colonial británico y luego condenar a nuestros estudiantes por cerrar al tráfico una avenida. No podemos divinizar a Gandhi y demonizar a nuestros jóvenes. Y respecto al corte de tráfico, ¿queréis decirme que una comodidad ciudadana es más importante que una libertad ciudadana? ¿Debemos entonces golpear a todo el que corte la circulación viaria, sea por el motivo que sea? Porque en tal caso vamos a pasarnos el mes de marzo hostiando a las falleras.
Por cierto, si queréis quejaros podéis hacerlo en:
http://www.elsindic.com/es/presentar-una-queja-sin-firma-digital.html
Yo ya lo he hecho.

5.- La sanidad en Italia... y en España.
Este martes (21 de febrero) hemos sabido que en la región del Lacio el tiempo para ser atendido en Urgencias de un hospital oscila entre 24 horas y cuatro días (!), y que casualmente esto ha pasado en los últimos meses, desde que se redujo las plantillas de los servicios sanitarios. Pues hala: "cuando las barbas de tu vecino veas cortar...". Porque os recuerdo que, al menos en la Comunidad Valenciana, se va a producir un recorte sanitario que va a dejar en mantillas al sufrido por los italianos. Ya vamos mal y la atención en Urgencias no es lo que debería ser, así es que imaginad cuando las plantillas se reduzcan  a la mitad: en vez de atenderte a las dos horas, será a las cuatro; no te llegarán las pruebas en cuatro horas, sino en ocho; no empezarán a tratarte en seis horas, sino en doce; no te irás a casa en doce horas, sino en veinticuatro. Ese, al menos, era el iluso cálculo que yo me había hecho, pero el ejemplo italiano demuestra que podría ser peor. De momento, el primer resultado de los anuncios de recortes ha sido una auténtica explosión de contrataciones de seguros médicos privados. De nuevo, ganan los de siempre.

Y eso es todo por hoy.
Ahora, a esperar vuestros comentarios.