Escuchado el sábado en las
noticias deportivas del telediario de la primera cadena: refiriéndose a las
autoridades deportivas y al ministro Wert, María Escario dijo que "les vimos ayer". No es por ser
Escario ni por tratarse de deportes; el domingo, en el anuncio de una película,
se nos dijo que "la adversidad les
unió". Hace años que el leísmo (como el yeísmo) se ha asentado firmemente
en todas las cadenas de televisión, hasta el punto de que no recuerdo haber
oído un solo "lo". Y aunque la RAE reconoce el leísmo masculino singular de
persona (decisión que muchos no compartimos, pero acatamos), aquí estamos
hablando de un uso en plural; también lo hallamos en ocasiones referido a
animales, e incluso algún femenino, todos ellos incorrectos. El leísmo cuenta
con férreos defensores, que parecen olvidar que la mayor parte de los españoles
NO son leístas, y confunden el uso de la partícula "le" con el del
llamado "complemento de persona" (un complemento directo regido por
la preposición "a"); de ahí el uso del "le" con animales
domésticos (donde la preposición "a" implica afecto) o profesiones
(donde la preposición indica concreción). Este es solo un ejemplo más de la
barbarie lingüística de los medios de comunicación, denunciada infructuosamente
desde que yo era pequeño.
En
la misma semana tuvimos otros botones de muestra. Nada menos que en un programa
de divulgación científica ("3,14", de la segunda cadena), hablando
sobre la relación entre tamaño cerebral e inteligencia, la voz "en
off" nos obsequió con la siguiente perla: "se pensaba que contra más grande era el cerebro
(...)". Otras lindezas fueron las "especies" utilizadas en un
programa de cocina, el rótulo que rezaba "neurocirujía" (con una jota
y dos narices) o la "enviada espacial" a los juegos olímpicos (este
último resulta hasta gracioso).
En
una época en que los SMS e Internet han minado el uso del castellano hasta el
límite del desplome, la necesidad de corrección en los medios de comunicación
es mayor que nunca. Yo solo era un niño cuando oí por primera vez las quejas de
respetados escritores, comparando la única emisora de televisión de aquellos
tiempos con el ejemplo prístino de la BBC, cuyo inglés se consideraba todo un
modelo. Cuarenta años después, las múltiples cadenas y las escuelas de traductores
siguen destrozando nuestro idioma de la forma más inmisericorde imaginable.
Señores
de la tele, por favor, busquen algunos lingüístas que los ayuden a corregir sus
faltas.
O
déjense comprar por la BBC...