Recientemente,
en una de esas largas charlas de aeropuerto, mi amigo Alejandro me contaba que
unos integristas habían destruido fondos de la biblioteca de Tombuctú que habían
sobrevivido casi mil años a todos los avatares, entre otros las ratas y los
xilófagos (o sea, gusanos). Pero claro, es que los integristas son exactamente
eso: ratas y gusanos.
Seré breve porque debo ser
demoledor, y porque poco puedo decir que no se haya dicho ya, por mi parte o
por parte de terceros con mejor verbo que el mío.
La masacre de París, contra seres
humanos inocentes e indefensos, en nombre de la salvación eterna y de la
uniformidad de pensamiento (o de la susencia del mismo), solo es posible desde
la pérdida de todas las virtudes que colman nuestra especie.
Leedme, malditos bastardos, si es
que sabéis leer, o al menos escuchadme. Solo sois una plaga que nos infecta,
que nos pudre, y con la que hay que acabar. Sois entes dañinos y detestables,
desprovistos de la condición humana y, como tales, algún día os borraremos de la
faz de nuestro planeta.
No sois personas: solo sois ratas y
gusanos.