miércoles, 27 de junio de 2012

De árboles, nubes y sueños


Hace algún tiempo se presentó en Valencia el libro de Andrés Ferrer Taberner, “De árboles, nubes y sueños”. Tenéis el evento AQUÍ. Tras su paso por ferias del libro y múltiples lugares de firma, ya va siendo hora de comentarlo.
El libro es básicamente una crónica de viaje. Éste es un género poco popular, cierto, y entre las causas no es la menor que la mayoría de las crónicas son unos ladrillos insufribles de supuesta intelectualidad militante y pretenciosa. Otras son meras guías que aspiran a literatura y solo consiguen perder agilidad y claridad. Otras no pasan de meros anecdotarios. Ferrer, por el contrario, ha logrado escribir una crónica de viajes amena, instructiva, ordenada y de prosa correcta.
El itinerario elegido es el Camino de Santiago, como no podía ser menos cuando el autor es un caminante de vocación. En la obra se tratan tanto los aspectos deportivos, culturales, de superación y de introspección que pueden llevar a un hombre a seguir esa vía de la europeidad que cruza el norte de España. En esa diversidad de miradas es donde el autor muestra sus facetas de viajero, de historiador, de luchador y de pensador, logrando un conjunto armónico y que, aunque de lectura fácil, nos va enriqueciendo con perlas de erudición. Es de destacar la ausencia de elementos espirituales, tan comunes en otros libros sobre el Camino, y ello se debe al confeso ateísmo del autor; esto no es ningún inconveniente, dado que no hay ninguna intención ofensiva (ni siquiera para los más susceptibles) y nos ahorra el proselitismo que lastra otras obras.
Aunque el tono general es el humorístico, Ferrer sabe dosificar las anécdotas divertidas y las descripciones jocosas para no caer en la astracanada fallera. El humor del autor, brillante y cargado de sarcasmo, llega en algunos momentos a ser despiadado, aunque este es un defecto del que algunos tenemos mucho que callar. Mide también los párrafos de lirismo, mezclándolos con una prosa más ligera para lograr embellecer sin agobiar. Que el propio lector juzgue, a través de algunos párrafos que he extraído más o menos al azar:

¿Hay acaso mejor monolito en un espacio público que una fuente cuando el agua es un bien caído del cielo y además escaso? Juzgo muy oportuno adornar el agua con piedra labrada y forja, justo tributo su maravilla. Agradecida así al homenaje que se le rinde, provoca con su chorro un arrullo perpetuo que regala los oídos de quien lo escucha. Sin importar la edad, pues al niño lo invita al juego, al joven al amor y al anciano lo regresa a una niñez somnolienta que no practica ya más juego que esconderse de la muerte.
Decir Palencia es pensar en llanuras interminables donde los cereales crecen a sus anchas para mayor gloria de sus fábricas de galletas.
Aunque habíamos llegado a dudarlo, el sol dio por fin su brazo a torcer y fue conducido a los toriles del ocaso amansado por unas nubes arreboladas que aliviaron la extrema monotonía del horizonte.
Al ir entrar en mi alojamiento, la propietaria no me avisó a tiempo de la escasa altura del vano, propinándome un buen cocotazo contra el dintel superior de madera que sonó a grave de percusión. (...) Creo que yo iba para listo; pero han sido tantos y de tal calibre los leñazos encajados en mi frontal y occipitales a manos de una arquitectura rural plegada a la talla estándar de mis compatriotas del agro, que me habría ido mejor si mi cráneo hubiese alcanzado el grosor de que gozaban los Neanderthales aquellos que Dios tenga en su gloria paleolítica. (...) Hay que ver la de premios Nobel que este país ha dejado perder estrellados en dinteles, vigas y otras trampas para abatir altos.
La creencia popular siempre ha tendido a asociar todo viejo puente o puentecillo de piedra con los siglos de dominación romana. De ser cierto, en el cuerpo de ingenieros romanos no hubiese dado abasto en Hispania.
Del fondo de los valles circundantes me llegaban los lejanos cencerros de unos ganados desparramados por las praderías. Desde mi perspectiva de la atalaya donde estaba,  las vacas me parecían figuritas de ovejas de un Belén imaginario sin pesebre, ni Reyes Magos, ni pastores adoradores (si de los normales ya no quedan muchos, de los adoradores, ni rastro).
No pude evitar fijarme en que sus mochilas iban en tan embutidas de equipaje que si caían al suelo estallaban seguro, hasta con onda expansiva y todo.
Tras la aldea de Brea pasé por fin por el mítico punto del Camino donde una fita anuncia que faltan tan sólo 100 km hasta Santiago. Incrédulo, me detuve. Emulando al escéptico Santo Tomás, que tenía que ir a meterle el dedo en la heridita a Jesús -¡tétanos!, seguro, que menudas uñas me llevaría- para convencerse de que era Él, yo hice lo propio con los tres guarismos del mojón.

La obra tiene también algunos puntos negativos, fundamentalmente de edición. El texto está plagado de leísmos, incluyendo los plurales (vg “una mujer estuvo a punto de separarles”) y los de cosa (“le llaman” hablando de un vino, por ejemplo); incluso hay algún leísmo femenino. Es cuestionable la utilización de los signos de interrogación en frases con claro sentido exclamativo, así como la inexistencia de interrogaciones parciales (que parecen haber desaparecido de la nómina de todas las editoriales). Hay algunas erratas, como escribir “si no” por “sino” o “a cerca” por “acerca”. Pero estos inconvenientes solo hacen bajar la nota en algunas décimas. Puede seguir luciendo su Notable Alto.
La novela tiene (¡cómo no!) página en Facebook, y podéis saber más sobre el autor en su blog personal.

Ficha técnica:
Título: De árboles, nubes y sueños.
Autor: Andrés Ferrer Taberner.
Editorial: Carena editors, S.L. Valencia, 2012
Rústica.
366 páginas.
PVP: 18 euros