domingo, 18 de septiembre de 2011

"Textos para la historia del Próximo Oriente Antiguo" de Federico Lara Peinado. Una herramienta útil para escritores.

Desde el mismo prólogo, esta obra no oculta su intención de ser un libro de texto. Para algunos de nosotros, ello quiere decir que no tiene la seriedad de un tratado científico ni la amenidad de un libro de divulgación.
El Doctor Federico Lara Peinado es profesor de Historia Antigua en la Complutense y autor de más de treinta libros. Se ha especializado en Mesopotamia, y dicha especialización, como veremos, pesa bastante en esta obra.
El libro, como muchos otros del mismo estilo, está dividido en dos secciones: la primera, una introducción general a la historia de la región; la segunda y más larga, una selección de textos.
La primera parte es desordenada y mal aprovechada. Desperdicia un valioso espacio impreso y un aún más valioso tiempo del lector en una obsesión por nombres de gobernantes y fechas concretas, que hubieran hallado mejor cabida en una buena tabla cronológica comparativa (la que se incluye es bastante floja), y nos deja con las ganas de conocer más detalles de su cultura y su vida cotidiana, algo que sorprende en el autor de “Mitos sumerios y acadios” (1984) , “Así vivían los fenicios” (1990) o “Así vivían los egipcios” (1991). Por otra parte, deja ver las preferencias del autor en cuanto al peso que sumerios, acadios, asirios y babilonios cobran en el texto, así como en la solidez del mismo. Otros pueblos del Próximo Oriente reciben un tratamiento más superficial, independientemente de su importancia histórica (hititas, hurritas, persas), de su influencia cultural (fenicios) o de su producción escrita (ugaritas). Particularmente discutible es el estudio de los hebreos, donde el autor decide dar por históricamente infalible al Antiguo Testamento, despreciando otras fuentes que puedan contradecir la visión ortodoxa del Pueblo Elegido y mencionando los nombres de los héroes bíblicos como personajes históricos documentados, en contra de la tendencia cada vez más extendida de considerar míticos a algunos de ellos.
En la segunda parte se recogen textos interesantes y representativos de las culturas del próximo Oriente, pero nuevamente se nota el peso de las preferencias del autor y los mesopotámicos ganan por goleada. Eso no sería necesariamente malo si el lector quiere centrarse en estos pueblos, pero uno se queda con las ganas de algunos textos más sobre Ugarit (¿donde está la importantísima correspondencia cruzada con el rey de Alashiya, lamentándose de la llegada de los Pueblos del Mar?), la costa de Asia Menor (con los interesantes tratados de los pueblos luvios con sus señores hititas) o los amorreos, por no hablar de la pobre representación de los hititas y el trato a  pueblos tan interesantes como cananeos y filisteos, a los que sólo se cita a través de la Biblia. Personalmente echo en falta la transliteración/transcripción de algunos originales, además de su traducción al castellano, pero esto último no es un reproche sino sólo una preferencia personal; entendemos que no era ése el objetivo del libro. Lo que sí podemos reprochar es que como “fuentes” no se cite nunca dichos originales, sino tan solo textos en lenguas europeas. Si el autor ha traducido personalmente de las lenguas orientales, debería hacerlo constar; de lo contrario, su trabajo desmerece un tanto.
Ya he mencionado la falta de buenas tablas comparativas. Los mapas de mesopotamia son buenos, aunque pequeños, pero las regiones periféricas están peor representadas, y el mapa de Anatolia es muy mejorable. También se hecha en falta un glosario de nombres geográficos, que nos relacione los nombres de un mismo accidente en distintas lenguas.
En definitiva, un libro muy útil para hacerse una idea de las civilizaciones sumeria, acadia, asiria y babilonia (menos útil para quien desee conocer otras civilizaciones de la región) y una buena herramienta para novelistas históricos y profesores, aunque no deje de tener sus fallos.

Ficha técnica:

Título: Textos para la historia del Próximo Oriente Antiguo .
Autor: Federico Lara Peinado.
Editorial: Cátedra, colección Historia/Serie menor. Madrid, 2011.
Rústica.
423 páginas.
PVP: 18 euros

lunes, 5 de septiembre de 2011

Soltar el rollo


Estoy releyendo a Cicerón: es un ejercicio que no me agota, y aún hace calor para cosas más fatigantes. Como decía, releo a Cicerón, concretamente su "Defensa de Sexto Roscio de Ameria", y me hallo con este fragmento (párrafos 100-101)...

Todo esto me lo va a oír [Capitón] si se presenta como testigo, mejor dicho, cuando se presente, pues sé que piensa hacerlo. Que venga ya. Que desenrolle ese volumen que, según yo puedo demostrar, Erucio ha escrito para él.

"Que desenrolle ese volumen". Para entender esa frase hay que conocer una particularidad del derecho romano. A diferencia de lo que se espera de un testigo en un juicio español de hoy en día, a un testigo romano se le permitía llevar su testimonio por escrito y leerlo ante el tribunal; de ese modo evitaba caer en contradicciones internas y podía recurrir a la ayuda de terceros para mejorar su oratoria y poder de convicción. ¿A quién tiene que convencer un testigo? ¿Por qué podría contradecirse si sólo dice la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, según la fórmula de las películas americanas? ¿No es el juez quien debe hacer las preguntas para asegurarse de la veracidad del testimonio? ¿Cómo puede el testigo saber de antemano lo que debe contestar a unas preguntas que aún no han sido formuladas?
            Sorprendente para nuestros usos, pero normal a los ojos de un romano del siglo I a.c. El testigo llevaba su testimonio en un volumen, es decir, un rollo escrito, cuya longitud sería por tanto proporcional a la del discurso que iba a pronunciar. Así, con el volumen bajo el brazo, cuando se le preguntaba tomaba su escrito, destaba el cordelito y procedía a soltar el rollo.
            Todos podemos imaginar la expresión de jueces y testigos cuando algún botarate poco ducho en la oratoria soltaba un rollo de cierta consideración.         
            Ahora ya sabemos de dónde procede, probablemente, esta expresión. Espero no haberos soltado un rollo.