jueves, 12 de agosto de 2021

Sobre el famoso cartel de Zahara.

Como tengo la mala costumbre de no casarme con nadie, daré la de cal y la de arena para que no le guste a nadie. O sí. O qué sé yo.


1) El cartel, personalmente, me parece de muy mal gusto, pero el mal gusto no puede ser un delito. Que algo sea estéticamente cuestionable no lo convierte en penalmente condenable. La "ofensa a los sentimientos religiosos" debería desaparecer de nuestro ordenamiento jurídico, especialmente porque los creyentes (de todas las religiones) se ofenden con suma facilidad.

2) Me parece mal el uso de la palabra "puta", pero no porque pueda aludir a María (por quien no siento ningún tipo de veneración), sino porque no debería decirse de NINGUNA mujer. Que la cantante haya sido insultada en el pasado con ese término no me parece una circunstancia atenuante, más bien al contrario.

3) Para los que dicen que nos mofamos de sus creencias... pues no siempre. A veces nos limitamos a exponer las nuestras. No pido que las respeten del mismo modo que exigen respeto para las suyas, solo pido que respeten mi derecho a hacerlas públicas. Y eso implica respetar que algunas de sus creencias a mí me parezcan absurdas e incluso ridículas, lo cual puede manifestarse desde la mofa o desde la simple y honesta exposición enunciativa.

4) Cristianos: No voy a llamar "puta" a vuestra Virgen (véase el apartado 2), pero debéis entender otros puntos de vista sobre su maternidad. Para quienes no creemos en vuestro milagro de la Anunciación y posterior Concepción por Obra y Gracia del Espíritu Santo, es solo una madre que se quedó embarazada antes del matrimonio. O no, quién sabe. En primer lugar, desde mi moral sexual, eso no es nada malo. En segundo lugar si José, el principal afectado, lo aceptó, absolutamente nadie tiene nada que objetar. Pero si alguien dijera que María no era un ejemplo de moral conyugal, o que es la madre de un bastardo, estaría simplemente exponiendo SUS creencias, tan válidas (o tan poco válidas) como las vuestras. Si os ofende, no es SU problema, ni puede ser delito. Cualquier creencia (incluyendo LAS VUESTRAS) puede ofender a quien cree lo contrario. Personalmente me importan un rábano la legitimidad o no de Jesús y la moral sexual de su madre, pero no puedo aceptar que alguien sea condenado, o simplemente atacado, por expresarse al respecto.

Opino, vamos.

martes, 16 de febrero de 2021

Sobre la sentencia a Cristina Cifuentes.

 Esta entrada levantará revuelo, lo sé, pero creo que debo expresar mi opinión al respecto. Empezaré con tres enunciados previos:


1) Soy votante de izquierdas desde que puedo votar. Ideológicamente, de hecho, estoy MUY a la izquierda. No soy, ni de lejos, sospechoso de simpatizar con Cifuentes (persona despreciable donde las haya) ni con el PP.
2) Estoy de acuerdo con que en España no hay una verdadera separación de poderes, con que Montesquieu está arañando su tumba, con que no hay independencia del poder judicial, y con que hay un sesgo conservador de la mayoría de jueces.
3) Estoy en contra del maniqueísmo. No podemos decir que todo lo que favorece a los míos es correcto y todo lo que favorece a los otros está mal.

Aclarado esto, y a sabiendas de que algunos me replicarán a lo que no he dicho ni escrito, con la sentencia absolutoria a Cifuentes tengo que hacer de "abogado del diablo".
Aunque sea de Perogrullo, no se puede juzgar lo que no se está juzgando. Aquí no se juzgaba si Cifuentes hizo o no el máster, si mintió descaradamente, si recibió trato de favor, ni nada por el estilo. Se juzga a dos personas por el delito de falsedad documental, y a una tercera (la beneficiada) como posible inductora del delito.
La sentencia dice que no hay pruebas de que fuese ELLA la que presionó al tribunal, y por tanto no puede ser penalmente responsable como inductora del delito.
La sentencia es correcta y ajustada a derecho.
Todos nos olemos que fue ella, cierto, pero NO se puede condenar sin pruebas.
Otra cosa es que ahora se debería abrir un proceso para condenarla económicamente como partícipe a título lucrativo. Debería calcularse el montante (tanto directo como indirecto) de los beneficios obtenidos con su falso título y multarla en consecuencia. 

Nada más por hoy.

domingo, 14 de octubre de 2018

Regalar cajeros a los bancos: otra ocasión desperdiciada de hacer las cosas bien.

Ha sido noticia esta semana. Como los bancos han cerrado miles de oficinas desde la última crisis, en el momento actual hay más de 230 municipios valencianos sin un solo lugar en el que conseguir efectivo o realizar operaciones habituales. ¿La solución de la Generalitat? Proponen que con fondos públicos se financie la instalación de cajeros automáticos multifuncionales que después serán gestionados por las entidades bancarias, o sea, por los mismos que han abandonado esos pueblos. Gran idea: gastemos (otra vez) dinero de todos para dárselo (otra vez) a los bancos. "Es por el bien del pueblo", nos dicen. "Los abueletes no saben operar por internet, ni pagar de modo electrónico". Nobles sentimientos, sí, pero mala estrategia. Sobre todo porque tanto los bancos como sus protectores olvidan contar algunas cosas: que los bancos ya cerraban oficinas antes de la crisis; que las han seguido cerrando después de volver a ganar dinero; y que hubo una época en que todos los pueblos, grandes o pequeños, tenían cajeros humanos y no era gracias a los bancos. Haremos un poco de historia. Bueno, no hace falta: nos limitaremos a refrescar la memoria de cosas que sucedieron no hace tanto.

La Caja Postal de Ahorros.
¿Os acordáis de La Caja Postal? Seguro que sí, sobre todo si alguna vez habéis cobrado una beca de estudios, porque solo se pagaban a través de dicha entidad. Se fundó en 1909, aunque su reglamento se retrasó hasta 1916. Su grandeza era que estaba en todas partes, en todo el territorio nacional, en ámbito urbano o rural, en la costa o en el interior, porque sus sucursales eran las oficinas de Correos. Así es que cualquier ciudadano tenía garantizada la cercanía de una entidad financiera... hasta 1991.
Aquel año nació Argentaria, "la nueva banca pública". La idea era fusionar en una sola corporación la multitud de bancos del Estado: Banco Exterior de España, Banco Hipotecario,​ Banco de Crédito Local,​ Banco de Crédito Agrícola​ y Banco de Crédito Industrial. Nada que objetar, en principio: unificar para mejorar en eficiencia y competitividad. Lo malo es que mejoró para otros, pero ya llegaremos a eso. Argentaria incluyó también la Caja Postal: la única caja de ahorros del Estado desaparecía engullida por un banco, aunque fuese público. ¿La razón? Las oficinas de Correos y sus empleados no podían seguir dedicando su tiempo y recursos a operativas bancarias: otra mentira, como veremos después.
Argentaria, "la nueva banca pública", se fue privatizando a pedacitos entre 1993 y 1998, y en 1999 acabó en las fauces del BBV (podéis verlo en muchos lugares de la hemeroteca, entre otros EN ESTE).
Al menos, los empleados de Correos (que trabajan a destajo, como la mayoría de los españoles que tienen empleo, sean públicos o privados) se verían librados de hacer de cajeros... Pues no, ni por asomo. Es más, tan pronto como Argentaria se "fusionó" con el BBV ("fusión", qué risa), las oficinas de Correos se convirtieron en agentes de Deutsche Bank (AQUÍ), acuerdo que duró hasta 2016 (AQUÍ). Vamos, que los atareados carteros no podían hacer de cajeros para el Estado, pero sí que podían ser alquilados a un banco privado y extranjero. C0n d05 c0j0n35.

Las cajas de ahorros.
Otras víctimas del signo de los tiempos. Las cajas de ahorros nacieron en el siglo XIX, promovidas por las sociedades de "amigos del país", los montes de piedad, las diputaciones y otros organismos, tanto públicos como privados. Eran fundaciones, no empresas, y tenían como finalidad fomentar el ahorro, universalizar el acceso al crédito y promover acciones sociales. Pero eso era demasiado bonito para el fin de milenio. Se "reestructuraron", se fusionaron y se dejaron mangonear por políticos, politiquillos y politiquetes. Al final acabaron quebrando, convirtiéndose en pseudobancos, o absorbidas por bancos.
Muchas de las antiguas cajas eran provinciales, otras regionales, pero las había comarcales y hasta locales. Yo tenía una cartilla en la Caja de Ahorros de Torrente, que fue absorbida por la Caja de Ahorros de Alicante y Murcia (después Caja de Ahorros del Mediterráneo), hasta que llegaron las acciones participativas para convertirse en pseudobanco, y las preferentes para timar abuelitos, y la venta por un euro al Sabadell. Ahora, antigua oficina cerrada, trabajadores exiliados a los cuatro puntos cardinales o despedidos, traslado de cartillas a la oficina del Sabadell y colas enormes para los clientes.
¿Os acordáis de las cajas de ahorros? Pues ya solo quedan dos en toda España: Caixa Ontinyent y Caixa Pollença, auténticas aldeas de testarudos galos. Adiós. Fue bonito mientras duró.
Bueno, siguen existiendo las cajas rurales y otras cooperativas de crédito, pero todos sabemos de su carácter limitado, y mucho me temo que acabarán de forma tan ignominiosa como las cajas de ahorros.

Una modesta proposición.
Así hemos llegado a la situación actual. Las entidades crediticias públicas han sido malvendidas (perdón, privatizadas) y las fundacionales han sido liquidadas (perdón, reestructuradas). Muchos empleados han terminado en la calle o destinados lejos de sus hogares. Las oficinas se han alejado de nuestros domicilios o centros de trabajo, mientras te aconsejan que operes por internet o a través de cajeros automáticos. Una de las consecuencias es que algunos pueblos se han quedado sin oficina. ¿Debe la Generalitat gastarse el dinero en financiar cajeros públicos gestionados por entidades privadas? Pues no. Los pueblos sin oficina bancaria son una magnífica oportunidad para resucitar la banca pública. Al principio, por interés social, la renacida banca podría operar solo en los 230 municipios abandonados por los bancos privados, en vez de regalarles a estos las infraestructuras para su retorno. Después, se centraría en el crédito minorista, la gestión de los créditos ICO, seguiría con los pagos municipales y escolares...
Esos 230 municipios pueden ser una cabeza de puente para retornar a lo que nunca debió desaparecer... u otra ocasión desperdiciada.

lunes, 24 de septiembre de 2018

Enemigos de Esparta, de Sebastián Roa.

Conocí a Sebastián Roa hace mucho, quizá demasiado. Fue en 2008. Se movía con discreción, hablaba con humildad, no pretendía destacar, pero tenía dos novelas publicadas: eso lo convertía en un héroe para los pobres aficionados que llevábamos nuestro mecanoscrito bajo el brazo. Diez años después, convertido en un autor de éxito, reconocido en círculos literarios y académicos, sigue creyendo que la palabra "escritor" le viene grande, a pesar de que él, precisamente él, se la merece sin ningún atisbo de duda.
            Cuando leí el borrador me vinieron a la memoria dos recuerdos de mi infancia. El primero fue la disposición de los hoplitas tebanos en la batalla de Leuctra, en un dibujo del primer tomo de una enciclopedia ("Maravillas de saber"). Allí descubrí la genialidad de Epaminondas y Pelópidas, y esa época tan poco conocida por el gran público: la hegemonía tebana. El segundo recuerdo, si me permitís la digresión, es el de mi abuela en el sofá, viendo una película bélica; intentaba advertir a un soldado de que se había colocado en mala posición y lo iban a matar. No podemos evitar que los errores de los personajes nos atrapen, nos incumban, nos hagan sentir identificados, mucho más que sus aciertos, porque somos humanos y cometemos errores.
            Como lector, tengo mis manías y mis preferncias. La tercera novela de Sebas, "Venganza de Sangre", me pareció una obra maestra, así la reseñé en su día en Hislibris (AQUÍ) y así la sigo considerando. Blasco de Exea era un ser humano que erraba, sufría, descendía a los infiernos, pecaba y se redimía, como cualquiera de nosotros. Luego vino la "trilogía almohade", magnífica sin duda, pero yo seguía echando de menos a Blasco de Exea... hasta hoy. "Enemigos de Esparta" es una gran novela por muchos motivos, pero a mí me enamoraron sus personajes.
            Es históricamente correcta. Discutible como lo es siempre la historia, pero sin errores.  Por poner solo un ejemplo, puede que muchos no compartan la "teoría tracia" de la falange macedonia, con las reformas de Ifícrates y el uso de las "lanzas ciconias", pero es una corriente de opinión entre historiadores de prestigio. Hay licencias, sí, que el propio autor confiesa en su apéndice histórico ("Lo que fue y lo que no fue") siguiendo su honesta costumbre, y nos cuenta qué es real, qué es ficción y qué pudo haber sucedido pero no está en condiciones de demostrar; Sebastián cumple con su obligación de escritor al crear, pero no nos miente. Finalmente, como muchas buenas novelas, divulga a la par que entretiene, puesto que pocos conocen la época de la hegemonía tebana; algunos puede que ni siquiera hayan oído hablar de Tebas. Sí, ya sé que Roa es de los que dicen que no se debe estudiar Historia con las novelas, y es cierto; pero no es menos cierto que, para muchos lectores, una buena novela puede hacer que les entre la curiosidad por unos hechos de los que no tenían la menor idea.
            Desde el punto de vista formal, es impecable. Lenguaje pulcro, claro, correcto, preciso: sin errores. Roa es un hombre minucioso y perfeccionista hasta en el más mínimo detalle. Pero al mismo tiempo es atrevido: la alternacia narrativa pasado/presente, por ejemplo, es un recurso que pocos autores sabrían manejar, y Sebas lo hace con absoluta maestría. No hay páginas de relleno, ni párrafos superfluos; no sobra ni una sola palabra, ni una sola coma. Cualquier escena, por banal que parezca en su momento, tiene su razón de ser y la novela no sería la misma si se suprimiese.
            Como aventura, es magnífica, tanto en lo que respecta a las grandes hazañas bélicas como a los combates singulares. Puede que el término "cinematográfico" para referirse a un estilo de escritura pueda parecer frívolo, pero algunos crecimos con la naricita pegada al televisor, viendo a James Mason luchar contra Stewart Granger en "El prisionero de Zenda", y es así como concebimos la épica.
            Pero yo quiero hablar de sus personajes, en especial de Prómaco, un mercenario de clase baja. Se le ha criticado por ser un "personaje omnipresente": vamos a ver, eso se llama "protagonista". También se ha criticado que se permita dar consejos a los líderes tebanos; no sé qué tiene de raro que un soldado profesional asesore a aristócratas que posiblemente no hayan estado nunca en un campo de batalla.
            En la novela, y en la Historia, hay una visión elitista que se potencia en la novela histórica. Hemos crecido con la Historia de los reyes y las batallas. Los personajes de baja extracción tienen unos papeles definidos, de los que no deben salirse, y están condenados a ser los secundarios de las grandes gestas; solo pueden ser protagonistas de las novelas picarescas, o de terribles dramas sociales sin esperanza. Todos recordamos la frase de Stendhal, cuando dice que "en todos los tiempos, los viles Sanchos Panzas derrotarán a los sublimes Quijotes". ¿Qué tiene de "vil" el pobre Sancho Panza? Kafka también dijo que la principal desgracia del Quijote no era su fantasía, sino Sancho Panza. Con todos mis respetos a Stendhal y Kafka, creo que se equivocan. Aunque otros géneros ya han empezado a cambiar esa mentalidad, la novela histórica resiste, salvo excepciones, contra toda evidencia, como si Napoleón no hubiese sido un teniente de artillería que llegó a emperador de los franceses.
            Una novela histórica puede tener dos protagonistas, de la Historia (con mayúsculas) y de la historia (con minúsculas): el primero protagoniza los grandes hechos; el segundo, el argumento de la novela. No se debe confundir ese "pequeño protagonista" con un narrador ficticio. En "El conde Belisario", Graves nos cuenta la historia del general con los ojos de Eugenio, siervo de Antonina, pero Eugenio NO es el protagonista; Graves sustituye la tercera persona omnisciente por una tercera persona "testigo ocular", eso es todo. En "Enemigos de Esparta", Prómaco SÍ es el protagonista de la novela, el de la historia con minúsculas, mientras Pelópidas y Epaminondas protagonizan la Historia con mayúsculas y sus batallas.
            Además, hay "secundarios de lujo", como Platón, que no son ni mucho menos irrelevantes; a veces, los "secundarios tangenciales" no lo son tanto, y nada sobra en una novela de Sebastián Roa. Como el Platón real, el Platón de Roa nunca habla por hablar, y cada vez que interviene nos da una valiosa pista sobre lo que será el devenir de la novela.
            Cuando era mucho más joven, una mujer enamorada me dijo que en la Edad Media yo hubiera sido un caballero. Yo le dije que no, que hubiera sido un arquero. El caballero nace, ningún lector puede aspirar a serlo. Para el común de los mortales es más fácil sentirse identificado con quien se hace, con aquel que partiendo de la nada alcanza las más altas cimas de la miseria (y que Groucho me perdone por usar su frase sin permiso). Podemos sufrir con quien sufre, dudar con quien duda, llorar con quien llora, y siempre es más fácil si sufre, duda y llora como uno de los nuestros. Por ello, sin negar la grandeza de los trágicos, el pueblo griego acudía en masa a las comedias de Aristófanes. Por eso, sin negar a Shakespeare, generaciones de británicos han devorado los libros de Dickens. Por eso a los españoles nos enternece el Galdós de "Miau", con Ramón de Villaamil, ese parado demasiado mayor para ser readmitido. Si la "novela social" nos muestra gentes comunes, la novela histórica debe hacer lo mismo, porque todas las gentes han vivido las épocas pasadas, y todas son Historia.
            Prómaco no es un caballero, ni siquera es un hoplita: es un peltasta, un hombre de origen humilde, hijo de una viuda... ¿Cómo no voy a sentirme identificado con él? Es un hombre real con defectos reales. Comete errores que podría haber evitado, como ese soldado al que le gritaba mi abuela. Se empecina en seguir caminos equivocados, hace daño a personas que lo quieren... No es "el bueno" maniqueo, perfecto, que hasta huele bien. Es alguien con quien podemos empatizar, alguien que podríamos ser nosotros de haber nacido en aquella época, alguien que vive lo que nosotros hubiéramos vivido. Queremos novelas de honderos, de remeros, de porteadores... de peltastas. Porque somos hijos y nietos de honderos, remeros, porteadores y peltastas, y su Historia es la nuestra. Todos somos Prómaco.
            Quien busque grandes héroes, los encontrará en esta novela: Pelópidas, Górgidas, Epaminondas. Para quien busque héroes de verdad, de los que salen de la tierra, caminan sobre la tierra, y vuelven a la Tierra, aquí está Prómaco. Para contarlo, está Sebastián Roa.
Título: Enemigos de Esparta.
Autor: Sebastián Roa.
Editorial: Ediciones B, 2018.
Tapa dura. 592 páginas.
PVP: 20,80 euros.
Versión electrónica 9,49 euros.

miércoles, 2 de agosto de 2017

CARTA ABIERTA al ministro de Energía Don Álvaro Nadal.




CARTA ABIERTA al ministro de Energía Don Álvaro Nadal.


Inefable señor: como ministro de Energía, siguiendo la tónica de desconocimiento supino de ciencia y tecnología que parece caracterizar a los miembros de todos los gobiernos de su partido, lanzó usted una de sus asnadas en la rueda de prensa para anunciar el desmantelamiento de la central nuclear de Santa María de Garoña. No nos centraremos ahora en dicho cierre, del que se puede encontrar documentación de sobra en la prensa (vg AQUÍ  o AQUÍ). Tampoco en su defensa de la energía nuclear ("El Gobierno se posiciona por el mantenimiento del parque nuclear", dixit), legítima como postura si se cree en ello, aunque por supuesto discutible con fuertes argumentos en pro y en contra, que podrían ser motivo de un largo debate en estas páginas o donde se desee. No. Me voy a centrar en la estupidez del argumento por el que usted defiende la energía nuclear.
            Don Álvaro Nadal: es usted ministro de Energía, y debería por tanto saber algo de dicha palabra aunque sea economista y no físico (como yo tampoco lo soy). Por ello no dejó de sorprenderme escuchar anoche que "La energía nuclear produce cero emisiones de CO2, y es la única fuente de energía con tales características". Los que sean de ciencias puras se estarán retorciendo de risa o de dolor abdominal, según su estado de ánimo y su tolerancia a la estupidez. A mí, pobre profesional de ciencias aplicadas, se me paró la cena a media digestión. No creo que el señor ministro me lea, pero por simple ejercicio literario voy a intentar replicar a su genialidad de forma tal que hasta un tarado de su calibre pueda entenderlo.


Introdución: las emisiones de CO2.
            Uno puede adelgazar por comer menos o por hacer más ejercicio. O bien puede engordar por comer demasiado o por moverse menos. Todo es cuestión de balance. Un levantador de pesas (o un corredor de triatlón) consumirá muchas más calorías que un oficinista sedentario, por lo que puede permitirse el lujo de devorar ingentes platos de pasta y épicos filetes de considerable grosor.
            El CO2 atmosférico tiene un rango óptimo para la biología. Poco CO2 supondrá que no hay "comida" para las plantas, como bien saben quienes cultivan marihuana en armarios. Mucho CO2 puede provocar un "efecto invernadero", aunque no es el único gas que lo provoca: emisiones volcánicas han provocado cambios climáticos en eras pasadas, y Venus permanece en un estado de invernadero permanente. El carbono del CO2 pasa del aire a las plantas mediante la fotosíntesis, de estas a los animales que se las comen, y de estos al aire tras el metabolismo; es lo que se conoce como "ciclo del carbono", y es imprescindible para la vida.
            Los combustibles fósiles proceden de seres vivos cuya materia orgánica quedó "secuestrada" y, por ello, excluida del ciclo del carbono. Por lo tanto, la extracción y quema de dichos combustbles debería haberse traducido en una explosión de vida, no en un peligro. ¿Por qué no ha sucedido así? La respuesta es bien sencilla: porque hemos deforestado la masa vegetal que debía absorber ese CO2.
            ¿Como se reequilibra el desequilibrio? Como en un régimen alimentario: comiendo menos y haciendo ejercicio. En nuestro caso: a corto plazo, reduciendo las emisiones; a medio plazo, aumentando la masa vegetal (o al menos dejando de reducirla). Ninguna política energética funcionará si no reforestamos la biomasa perdida.


Fuentes de "cero emisiones".
            En realidad ninguna energía es de "cero emisiones", porque las infraestructuras subyacentes implican la fabricación y transporte de los componentes, así como el transporte del suministro de combustible y de la retirada de sus desechos. Esto vale para cualquier obra humana, incluyendo las centrales nucleares. Aún así, como la producción energética en sí misma no quema carbono, aceptaremos su hipótesis de "cero emisiones" para la energía nuclear. Nada que objetar a ese "cero emisiones". Pero hombre, señor ministro, decir que "es la única fuente de energía con tales características" está casi a la altura del señor Trillo cuando dijo que "no se ha demostrado ninguna relación entre el uranio y el cáncer". Su capacidad para insultar nuestra inteligencia parece no conocer límites.
            A fin de enriquecer su escaso conocimiento de energías con "cero emisiones" voy a pasarle una lista de otras fuentes "con tales características". Así podrá usted presumir de listo en alguna reunión en la que tenga la increíble fortuna de no toparse con nadie que haya escuchado sus rebuznos por televisión. Veamos:
                      - Energía hidroeléctrica (incluyendo los pantanos del tirano).
                      - Energía eólica.
                      - Energía solar (esa a la que ustedes le han puesto un gravamen penalizador).
                      - Energía geotérmica.
                      - Energía maremotriz.
            La lista no es exhaustiva, y seguro que me dejo alguna, pero basta para mostrarle, oh excelentísimo tarugo, que la energía nuclear NO ES la única "con tales características".


Fuentes con balance cero.
            Aún hay otras energías disponibles que pueden ser de su interés: aquellas que queman carbono (es cierto) y emiten CO2 (es cierto), pero que proceden de fuentes no fósiles. A pesar del ataque por parte de las empresas petrolíferas "porque emiten el mismo CO2 que los combustibles fósiles" (a veces se puede mentir diciendo la verdad), dichas energías son, a su humilde y limitada manera, una alternativa a su amada energía nuclear. ¿Por qué? Porque emiten el CO2 que previamente han captado de la atmósfera, con lo que el balance neto es (casi) cero, y porque dejadas a su libre descomposición orgánica (sin producir energía) desprenderían exactamente la misma cantidad.
           Algunos ejemplos:
                        - Calderas de biomasa.
                        - Biodiesel.
                        - Etanol.
            Eso en cuanto a las que pueden ser utilizadas a nivel industrial. A un nivel aún más modesto, se puede recurrir a la energía muscular, como la de las caballerizas que mueven norias. Teniendo en cuenta la ingente cantidad de burros de su gobierno, no les faltará una fuente de energía renovable (los burros humanos son inagotables).


Conclusión.
            Si desea usted defender la energía nuclear porque cree en ella, porque así se lo aconseja el estado económico, o porque espera un sillón en el consejo de administración de una empresa del sector, no tiene más que decirlo. Pero si dice que la defiende porque "produce cero emisiones de CO2, y es la única fuente de energía con tales características" no puedo darle la razón. Tiene usted múltiples alternativas entre las que escoger. Así es que una de dos: o nos insulta tomándonos por ignorantes o el ignorante es usted. En cualquiera de ambos casos, es usted inaceptable como ministro.
            Que tenga un buen día.
            Atentamente: Josep Asensi.

P.S.- Pido disculpas por haber usado palabras como "asnada", "rebuzno" o "burro". Los pobres animales no merecen ser comparados con un ministro.

martes, 11 de julio de 2017

Documentales y Leyenda Negra.


El domingo 9 de julio me senté en el sofá, ilusionado ante un nuevo documental de La2: "El triunfo del tomate". ¡Historia y Ciencias Naturales en una! Prometedor. Desgraciadamente, solo soporté unos cinco minutos antes de apagar y levantarme.
            He aquí la introducción del documental: Un barco español en alta mar transporta unas tomateras y unos esclavos indios. Los españoles no saben que los tomates se comen, solo los traen porque les gustan sus flores amarillas. Los indios aprovechan los descuidos de sus captores para comerse los tomtes a escondidas, "el sabor de la madre patria", y los escupen cuando se saben vistos. Los marineros trasiegan cofres llenos de monedas y joyas (muy poco indias), mientras la voz en off declama que "solo se interesan por otros frutos, los de la piratería", y resume que los europeos tardarán más de doscientos años en enterarse de que han llevado a Europa una especie comestible.
            Estoy harto de tópicos de la España Negra: indios esclavizados, rapiña, ignorancia...
            Empecemos por la importación del tomate. Fue introducido en Europa en la primera mitad del siglo XVI. La primera descripción científica impresa de la planta aparece en la Historia generalis plantarum (1587) de Jacques Delechamps, que recoge (entre otros) los hallazgos del español Francisco Hernández en su expedición de 1571-1574, en cuyos apuntes aparecen los solanos del Nuevo Mundo "llamados tómatl". Pero hay menciones anteriores. En 1544 aparece el término italiano "pomi d'oro" para referirse a sus frutos, que pueden ser amarillos o rojos. En 1561 aparece el término "pomum amoris", con el que se sigue llamando al tomate en provenzal. Hay grabados de la planta desde 1576.
            Sobre la ignorancia de su uso como comida, José de Acosta (1590) ya menciona su consumo en América y dice que "son frescos y sanos y hacen gustosa salsa, y por sí son buenos de comer".  Sólo dos años después ya encontramos una referencia escrita a su consumo en España, por Gregorio de los Ríos (1592): "Es una planta que lleva unas pomas acuarteronadas. Vuélvense coloradas. No huelen. Dicen que son buenos para salsa". Citando de memoria (pues desgraciadamente no he encontrado la referencia), recuerdo haber leído una descripción de los primeros tiempos del descubrimiento en la que se decía, más o menos, que "acompañados de chiles sirven para hacer una salsa que mejora el sabor de todo y estimula el apetito".
            Lo del tráfico de esclavos... ¿En serio? ¿Tráfico de esclavos desde el Nuevo Mundo? Si exceptuamos los traídos (como curiosidad, no por comercio) en el primer viaje de Colón, no sucedió tal cosa.
            Y casi mejor no entramos en la caracterización como piratas de los españoles. Cree el ladrón que todos son de su condición.
            Que un documental originalmente en inglés diga esas burradas tiene un pase. Que se emita en una televisión pública española es imperdonable.

miércoles, 24 de mayo de 2017

¡Ocho años!



El mal existe, nadie podrá convencerme de lo contrario, aunque los malvados actúen en nombre de grandes principios.
            En Manchester, un "hombre devoto" (así ha sido descrito) ha matado a niños y adolescentes que salían de un concierto. Puede que ahora esté con sus vírgenes, con su vino que nunca embriaga y con su leche con miel. Nos esperan semanas de manifiestos institucionales, proclamas religiosas y advertencias de seguridad. Tendremos manifestaciones de duelo y discursos de repulsa. Los líderes religiosos se apresurarán a decir que el terrorista no era un verdadero creyente y que no los representa. Los gobiernos y cuerpos de seguridad elevarán los niveles de alerta y, para proteger nuestra libertad, acabarán con nuestra libertad.


Niños y adolescentes.
            No siento ningún respeto por los malvados, y tampoco por sus ideologías ni por sus creencias. No me importan los elevados principios que motivaron al asesino de Manchester: ha matado a inocentes criaturas. La elección no ha sido casual. A veces hay que llegar a la perogrullada y explicar lo evidente: el terrorista quiere sembrar el terror. Por lo visto, el simple hecho de matar seres humanos ya no es lo bastante terrorífico, así es que se ha elegido un objetivo que incremente el pánico de modo exponencial: nuestros hijos. La sociedad teme mucho más por la seguridad de nuestros niños que por la de los adultos. Podemos asumir nuestro propio riesgo, pero temblamos ante la remota posibilidad de que nuestros retoños puedan sufrir algún mal. Los malvados pretenden que salgamos a la calle y gritemos: "ceded en todo, pero salvaguardad a nuestros hijos".
            Al discurso del miedo se sumará el discurso de la culpa, igual de nefasto, igual de paralizante. Legiones de buenistas nos recordarán que nos lo hemos merecido, que somos unos imperialistas neocolonialistas y que hemos sembrado vientos, por lo que merecemos recoger tempestades. Nos señalarán con el dedo y dirán que somos cómplices de la invasión de Irak, o del sionismo, o de la guerra civil de Siria. No creo en bandos inocentes y bandos culpables, solo en personas inocentes y otras que no lo son. Que yo sepa, ninguna niña de ocho años ha pilotado jamás un bombardero (¡Ocho años, maldito hijo de puta, ocho años!). Tampoco creo que el mal pasado justifique el mal presente y futuro. Ojo por ojo hasta cegar a la humanidad. Muerte por muerte hasta que despoblemos la Tierra o solo la habiten los últimos asesinos supervivientes.
            No me importa si los malvados llevan chistera o turbante, si acumulan dólares u oraciones, todos ellos merecen por igual mi desprecio.


"Religión de paz".
            Tras todo atentado integrista se suceden determinados hechos en un orden casi constante. Los religiosos nos recuerdan el carácter pacífico de todas las religiones, y especialmente nos dicen que "el Islam es una religión de paz", que los terroristas malinterpretan sus creencias y que en realidad utilizan la religión para sus propios fines. Acto seguido se producen los actos radicales y xenófobos. Después vienen las acusaciones de islamofobia contra toda la sociedad. Todos estos sucesos son premeditados.
            Habrá que volver a la perogrullada y recordar que un buen porcentaje de las víctimas de Madrid o Niza eran musulmanes. Lo importante no es la identidad del fallecido, sino la del ejecutor. Los asesinos no solo no esconden su religión, sino que hacen gala de ella, y no porque sean tontos; al contrario, saben muy bien qué hacen y por qué lo hacen. Buscan precisamente el odio a los musulmanes, generalizar la ecuación "moros = terroristas", quieren que los estigmaticemos y les hagamos la vida imposible, para que así, discriminados y criminalizados, no puedan integrarse en una sociedad que los aparta y acaben radicalizándose y convirtiéndose en nuevos "soldados de Dios", devotos y descerebrados. Tras el miedo y la culpa, el tercer discurso nefasto es el del odio. El odio a los musulmanes es otra victoria del terrorismo, el banderín de enganche de sus próximos efectivos.
            Pero ojo, que ya he dicho que no creo en bandos inocentes. Los musulmanes, como personas que son, merecen todo mi respeto y mi apoyo, pero no he dicho en ningún momento que el Islam sea inocente. Ninguna religión lo es, como ya argumenté hace tiempo (AQUÍ). Todas las religiones son autoexcluyentes, aunque de vez en cuando firmen armisticios o mantengan un alto el fuego precario, en función de su nivel de fuerza temporal. Todos los libros sagrados invitan a la violencia contra los infieles, y las organizaciones religiosas, que no dudan en abusar del poder cuando lo tienen, sostienen hipócritamente el discurso de la paz, la fraternidad y el ecumenismo cuando no están en condiciones de imponerse. Hablar del Islam (o de cualquier otra) como de una "religión de paz" crea una impresión de falsedad (bueno, en realidad no es una impresión, es falsedad) que deteriora el que debería ser el único discurso de cohesión social en estos casos: tu religión es algo tuyo, privado, y no le importa a nadie más, así es que no mates por ella. En otras palabras: me importa un rábano que seas musulmán, cristiano, tauro, géminis, alemán o de Villar Godo; tú eres tú y te querré o no por cosas más importantes que el mes de tu nacimiento o la forma en la que quieras buscar consuelo espiritual. Pero del mismo modo, espero que no me quieras ni me odies por ser ateo, haber nacido en abril y ser de Benetússer.


Libertad o seguridad.
            Y llega el cuarto discurso: el de la necesidad. Necesidad de protección, de garantías, de vigilancia. Se nos volverá a pedir que prescindamos de nuestros derechos para incrementar nuestra seguridad, que aceptemos restricciones sin límite de nuestras libertades: más cámaras, más micrófonos, más controles, menos intimidad, menos expresividad, menos reuniones, menos disidencias. Todo ello, por supuesto, de forma "provisional". Si es preciso, se desplegará al ejército por las calles, como si blindar París hubiera podido evitar el atentado de Niza, como si blindar Madrid vaya a evitar un atentado en Catarroja.
            La labor policial debe ser discreta y eficiente, como suele serlo en España (nuestro país podría dar lecciones en este sentido a más de un histérico internacional). No me opondré a las medidas que verdaderamente aumenten mi seguridad, pero sí a aquellas que solo pretenden que "me sienta seguro", o a las que no aspiran a protegerme sino solo a domesticarme.


Modesta proposición.
            No deseo militarizar mi país, ni prescindir de mis libertades hasta el punto de perderlas de facto. Solo quiero que se asignen los medios necesarios a la justicia y a los cuerpos de seguridad ciudadana.
            Tampoco quiero que me machaquen con las bondades de la religión, en las que no creo. Solo quiero que no se odie a un individuo inocente por sus creencias (hacia las cuales, por otra parte, puedo no sentir ningún respeto).
            Creo que los delitos de enaltecimiento del integrismo, la incitación al fanatismo, la comisión de crímenes por razones religiosas, el encubrimiento de tales actividades, deben estar al máximo nivel en nuestro código penal, ese mismo que parece ser especialmente severo con las "ofensas a los sentimientos religiosos". Como mínimo, predicar la Yihad debería estar más castigado que las aberrantes condenas por ofender a las víctimas del terrorismo (en especial si la "víctima" era un criminal como Carrero Blanco).
            Creo que no deberíamos colaborar con dictaduras religiosas, como lo son nuestros aliados de las petromonarquías. Que no deberíamos ser benévolos con jugadores de dos barajas, como Erdogan. Que no deberíamos ser tan hipócritas de apoyar a grupos islamistas cuando se oponen a tiranuelos que no nos interesan. Que no deberíamos mirar a corto, calculando quién saldrá beneficiado de una victoria contra los chiflados de turbante, si seremos nosotros o nuestros rivales los que nos llevemos la parte del león en el reparto. Que no debemos desamparar a los kurdos, nuestros andalusíes del siglo XXI, nuestro Rey Lobo que nos protege de los almohades.
            Y creo que hay que acabar para siempre con DAESH, sin miramientos, con todos los medios a nuestro alcance, y con cualquiera que en el futuro sea tan hijo de puta como para matar a una niña de ocho años.