lunes, 24 de septiembre de 2018

Enemigos de Esparta, de Sebastián Roa.

Conocí a Sebastián Roa hace mucho, quizá demasiado. Fue en 2008. Se movía con discreción, hablaba con humildad, no pretendía destacar, pero tenía dos novelas publicadas: eso lo convertía en un héroe para los pobres aficionados que llevábamos nuestro mecanoscrito bajo el brazo. Diez años después, convertido en un autor de éxito, reconocido en círculos literarios y académicos, sigue creyendo que la palabra "escritor" le viene grande, a pesar de que él, precisamente él, se la merece sin ningún atisbo de duda.
            Cuando leí el borrador me vinieron a la memoria dos recuerdos de mi infancia. El primero fue la disposición de los hoplitas tebanos en la batalla de Leuctra, en un dibujo del primer tomo de una enciclopedia ("Maravillas de saber"). Allí descubrí la genialidad de Epaminondas y Pelópidas, y esa época tan poco conocida por el gran público: la hegemonía tebana. El segundo recuerdo, si me permitís la digresión, es el de mi abuela en el sofá, viendo una película bélica; intentaba advertir a un soldado de que se había colocado en mala posición y lo iban a matar. No podemos evitar que los errores de los personajes nos atrapen, nos incumban, nos hagan sentir identificados, mucho más que sus aciertos, porque somos humanos y cometemos errores.
            Como lector, tengo mis manías y mis preferncias. La tercera novela de Sebas, "Venganza de Sangre", me pareció una obra maestra, así la reseñé en su día en Hislibris (AQUÍ) y así la sigo considerando. Blasco de Exea era un ser humano que erraba, sufría, descendía a los infiernos, pecaba y se redimía, como cualquiera de nosotros. Luego vino la "trilogía almohade", magnífica sin duda, pero yo seguía echando de menos a Blasco de Exea... hasta hoy. "Enemigos de Esparta" es una gran novela por muchos motivos, pero a mí me enamoraron sus personajes.
            Es históricamente correcta. Discutible como lo es siempre la historia, pero sin errores.  Por poner solo un ejemplo, puede que muchos no compartan la "teoría tracia" de la falange macedonia, con las reformas de Ifícrates y el uso de las "lanzas ciconias", pero es una corriente de opinión entre historiadores de prestigio. Hay licencias, sí, que el propio autor confiesa en su apéndice histórico ("Lo que fue y lo que no fue") siguiendo su honesta costumbre, y nos cuenta qué es real, qué es ficción y qué pudo haber sucedido pero no está en condiciones de demostrar; Sebastián cumple con su obligación de escritor al crear, pero no nos miente. Finalmente, como muchas buenas novelas, divulga a la par que entretiene, puesto que pocos conocen la época de la hegemonía tebana; algunos puede que ni siquiera hayan oído hablar de Tebas. Sí, ya sé que Roa es de los que dicen que no se debe estudiar Historia con las novelas, y es cierto; pero no es menos cierto que, para muchos lectores, una buena novela puede hacer que les entre la curiosidad por unos hechos de los que no tenían la menor idea.
            Desde el punto de vista formal, es impecable. Lenguaje pulcro, claro, correcto, preciso: sin errores. Roa es un hombre minucioso y perfeccionista hasta en el más mínimo detalle. Pero al mismo tiempo es atrevido: la alternacia narrativa pasado/presente, por ejemplo, es un recurso que pocos autores sabrían manejar, y Sebas lo hace con absoluta maestría. No hay páginas de relleno, ni párrafos superfluos; no sobra ni una sola palabra, ni una sola coma. Cualquier escena, por banal que parezca en su momento, tiene su razón de ser y la novela no sería la misma si se suprimiese.
            Como aventura, es magnífica, tanto en lo que respecta a las grandes hazañas bélicas como a los combates singulares. Puede que el término "cinematográfico" para referirse a un estilo de escritura pueda parecer frívolo, pero algunos crecimos con la naricita pegada al televisor, viendo a James Mason luchar contra Stewart Granger en "El prisionero de Zenda", y es así como concebimos la épica.
            Pero yo quiero hablar de sus personajes, en especial de Prómaco, un mercenario de clase baja. Se le ha criticado por ser un "personaje omnipresente": vamos a ver, eso se llama "protagonista". También se ha criticado que se permita dar consejos a los líderes tebanos; no sé qué tiene de raro que un soldado profesional asesore a aristócratas que posiblemente no hayan estado nunca en un campo de batalla.
            En la novela, y en la Historia, hay una visión elitista que se potencia en la novela histórica. Hemos crecido con la Historia de los reyes y las batallas. Los personajes de baja extracción tienen unos papeles definidos, de los que no deben salirse, y están condenados a ser los secundarios de las grandes gestas; solo pueden ser protagonistas de las novelas picarescas, o de terribles dramas sociales sin esperanza. Todos recordamos la frase de Stendhal, cuando dice que "en todos los tiempos, los viles Sanchos Panzas derrotarán a los sublimes Quijotes". ¿Qué tiene de "vil" el pobre Sancho Panza? Kafka también dijo que la principal desgracia del Quijote no era su fantasía, sino Sancho Panza. Con todos mis respetos a Stendhal y Kafka, creo que se equivocan. Aunque otros géneros ya han empezado a cambiar esa mentalidad, la novela histórica resiste, salvo excepciones, contra toda evidencia, como si Napoleón no hubiese sido un teniente de artillería que llegó a emperador de los franceses.
            Una novela histórica puede tener dos protagonistas, de la Historia (con mayúsculas) y de la historia (con minúsculas): el primero protagoniza los grandes hechos; el segundo, el argumento de la novela. No se debe confundir ese "pequeño protagonista" con un narrador ficticio. En "El conde Belisario", Graves nos cuenta la historia del general con los ojos de Eugenio, siervo de Antonina, pero Eugenio NO es el protagonista; Graves sustituye la tercera persona omnisciente por una tercera persona "testigo ocular", eso es todo. En "Enemigos de Esparta", Prómaco SÍ es el protagonista de la novela, el de la historia con minúsculas, mientras Pelópidas y Epaminondas protagonizan la Historia con mayúsculas y sus batallas.
            Además, hay "secundarios de lujo", como Platón, que no son ni mucho menos irrelevantes; a veces, los "secundarios tangenciales" no lo son tanto, y nada sobra en una novela de Sebastián Roa. Como el Platón real, el Platón de Roa nunca habla por hablar, y cada vez que interviene nos da una valiosa pista sobre lo que será el devenir de la novela.
            Cuando era mucho más joven, una mujer enamorada me dijo que en la Edad Media yo hubiera sido un caballero. Yo le dije que no, que hubiera sido un arquero. El caballero nace, ningún lector puede aspirar a serlo. Para el común de los mortales es más fácil sentirse identificado con quien se hace, con aquel que partiendo de la nada alcanza las más altas cimas de la miseria (y que Groucho me perdone por usar su frase sin permiso). Podemos sufrir con quien sufre, dudar con quien duda, llorar con quien llora, y siempre es más fácil si sufre, duda y llora como uno de los nuestros. Por ello, sin negar la grandeza de los trágicos, el pueblo griego acudía en masa a las comedias de Aristófanes. Por eso, sin negar a Shakespeare, generaciones de británicos han devorado los libros de Dickens. Por eso a los españoles nos enternece el Galdós de "Miau", con Ramón de Villaamil, ese parado demasiado mayor para ser readmitido. Si la "novela social" nos muestra gentes comunes, la novela histórica debe hacer lo mismo, porque todas las gentes han vivido las épocas pasadas, y todas son Historia.
            Prómaco no es un caballero, ni siquera es un hoplita: es un peltasta, un hombre de origen humilde, hijo de una viuda... ¿Cómo no voy a sentirme identificado con él? Es un hombre real con defectos reales. Comete errores que podría haber evitado, como ese soldado al que le gritaba mi abuela. Se empecina en seguir caminos equivocados, hace daño a personas que lo quieren... No es "el bueno" maniqueo, perfecto, que hasta huele bien. Es alguien con quien podemos empatizar, alguien que podríamos ser nosotros de haber nacido en aquella época, alguien que vive lo que nosotros hubiéramos vivido. Queremos novelas de honderos, de remeros, de porteadores... de peltastas. Porque somos hijos y nietos de honderos, remeros, porteadores y peltastas, y su Historia es la nuestra. Todos somos Prómaco.
            Quien busque grandes héroes, los encontrará en esta novela: Pelópidas, Górgidas, Epaminondas. Para quien busque héroes de verdad, de los que salen de la tierra, caminan sobre la tierra, y vuelven a la Tierra, aquí está Prómaco. Para contarlo, está Sebastián Roa.
Título: Enemigos de Esparta.
Autor: Sebastián Roa.
Editorial: Ediciones B, 2018.
Tapa dura. 592 páginas.
PVP: 20,80 euros.
Versión electrónica 9,49 euros.

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