miércoles, 24 de mayo de 2017

¡Ocho años!



El mal existe, nadie podrá convencerme de lo contrario, aunque los malvados actúen en nombre de grandes principios.
            En Manchester, un "hombre devoto" (así ha sido descrito) ha matado a niños y adolescentes que salían de un concierto. Puede que ahora esté con sus vírgenes, con su vino que nunca embriaga y con su leche con miel. Nos esperan semanas de manifiestos institucionales, proclamas religiosas y advertencias de seguridad. Tendremos manifestaciones de duelo y discursos de repulsa. Los líderes religiosos se apresurarán a decir que el terrorista no era un verdadero creyente y que no los representa. Los gobiernos y cuerpos de seguridad elevarán los niveles de alerta y, para proteger nuestra libertad, acabarán con nuestra libertad.


Niños y adolescentes.
            No siento ningún respeto por los malvados, y tampoco por sus ideologías ni por sus creencias. No me importan los elevados principios que motivaron al asesino de Manchester: ha matado a inocentes criaturas. La elección no ha sido casual. A veces hay que llegar a la perogrullada y explicar lo evidente: el terrorista quiere sembrar el terror. Por lo visto, el simple hecho de matar seres humanos ya no es lo bastante terrorífico, así es que se ha elegido un objetivo que incremente el pánico de modo exponencial: nuestros hijos. La sociedad teme mucho más por la seguridad de nuestros niños que por la de los adultos. Podemos asumir nuestro propio riesgo, pero temblamos ante la remota posibilidad de que nuestros retoños puedan sufrir algún mal. Los malvados pretenden que salgamos a la calle y gritemos: "ceded en todo, pero salvaguardad a nuestros hijos".
            Al discurso del miedo se sumará el discurso de la culpa, igual de nefasto, igual de paralizante. Legiones de buenistas nos recordarán que nos lo hemos merecido, que somos unos imperialistas neocolonialistas y que hemos sembrado vientos, por lo que merecemos recoger tempestades. Nos señalarán con el dedo y dirán que somos cómplices de la invasión de Irak, o del sionismo, o de la guerra civil de Siria. No creo en bandos inocentes y bandos culpables, solo en personas inocentes y otras que no lo son. Que yo sepa, ninguna niña de ocho años ha pilotado jamás un bombardero (¡Ocho años, maldito hijo de puta, ocho años!). Tampoco creo que el mal pasado justifique el mal presente y futuro. Ojo por ojo hasta cegar a la humanidad. Muerte por muerte hasta que despoblemos la Tierra o solo la habiten los últimos asesinos supervivientes.
            No me importa si los malvados llevan chistera o turbante, si acumulan dólares u oraciones, todos ellos merecen por igual mi desprecio.


"Religión de paz".
            Tras todo atentado integrista se suceden determinados hechos en un orden casi constante. Los religiosos nos recuerdan el carácter pacífico de todas las religiones, y especialmente nos dicen que "el Islam es una religión de paz", que los terroristas malinterpretan sus creencias y que en realidad utilizan la religión para sus propios fines. Acto seguido se producen los actos radicales y xenófobos. Después vienen las acusaciones de islamofobia contra toda la sociedad. Todos estos sucesos son premeditados.
            Habrá que volver a la perogrullada y recordar que un buen porcentaje de las víctimas de Madrid o Niza eran musulmanes. Lo importante no es la identidad del fallecido, sino la del ejecutor. Los asesinos no solo no esconden su religión, sino que hacen gala de ella, y no porque sean tontos; al contrario, saben muy bien qué hacen y por qué lo hacen. Buscan precisamente el odio a los musulmanes, generalizar la ecuación "moros = terroristas", quieren que los estigmaticemos y les hagamos la vida imposible, para que así, discriminados y criminalizados, no puedan integrarse en una sociedad que los aparta y acaben radicalizándose y convirtiéndose en nuevos "soldados de Dios", devotos y descerebrados. Tras el miedo y la culpa, el tercer discurso nefasto es el del odio. El odio a los musulmanes es otra victoria del terrorismo, el banderín de enganche de sus próximos efectivos.
            Pero ojo, que ya he dicho que no creo en bandos inocentes. Los musulmanes, como personas que son, merecen todo mi respeto y mi apoyo, pero no he dicho en ningún momento que el Islam sea inocente. Ninguna religión lo es, como ya argumenté hace tiempo (AQUÍ). Todas las religiones son autoexcluyentes, aunque de vez en cuando firmen armisticios o mantengan un alto el fuego precario, en función de su nivel de fuerza temporal. Todos los libros sagrados invitan a la violencia contra los infieles, y las organizaciones religiosas, que no dudan en abusar del poder cuando lo tienen, sostienen hipócritamente el discurso de la paz, la fraternidad y el ecumenismo cuando no están en condiciones de imponerse. Hablar del Islam (o de cualquier otra) como de una "religión de paz" crea una impresión de falsedad (bueno, en realidad no es una impresión, es falsedad) que deteriora el que debería ser el único discurso de cohesión social en estos casos: tu religión es algo tuyo, privado, y no le importa a nadie más, así es que no mates por ella. En otras palabras: me importa un rábano que seas musulmán, cristiano, tauro, géminis, alemán o de Villar Godo; tú eres tú y te querré o no por cosas más importantes que el mes de tu nacimiento o la forma en la que quieras buscar consuelo espiritual. Pero del mismo modo, espero que no me quieras ni me odies por ser ateo, haber nacido en abril y ser de Benetússer.


Libertad o seguridad.
            Y llega el cuarto discurso: el de la necesidad. Necesidad de protección, de garantías, de vigilancia. Se nos volverá a pedir que prescindamos de nuestros derechos para incrementar nuestra seguridad, que aceptemos restricciones sin límite de nuestras libertades: más cámaras, más micrófonos, más controles, menos intimidad, menos expresividad, menos reuniones, menos disidencias. Todo ello, por supuesto, de forma "provisional". Si es preciso, se desplegará al ejército por las calles, como si blindar París hubiera podido evitar el atentado de Niza, como si blindar Madrid vaya a evitar un atentado en Catarroja.
            La labor policial debe ser discreta y eficiente, como suele serlo en España (nuestro país podría dar lecciones en este sentido a más de un histérico internacional). No me opondré a las medidas que verdaderamente aumenten mi seguridad, pero sí a aquellas que solo pretenden que "me sienta seguro", o a las que no aspiran a protegerme sino solo a domesticarme.


Modesta proposición.
            No deseo militarizar mi país, ni prescindir de mis libertades hasta el punto de perderlas de facto. Solo quiero que se asignen los medios necesarios a la justicia y a los cuerpos de seguridad ciudadana.
            Tampoco quiero que me machaquen con las bondades de la religión, en las que no creo. Solo quiero que no se odie a un individuo inocente por sus creencias (hacia las cuales, por otra parte, puedo no sentir ningún respeto).
            Creo que los delitos de enaltecimiento del integrismo, la incitación al fanatismo, la comisión de crímenes por razones religiosas, el encubrimiento de tales actividades, deben estar al máximo nivel en nuestro código penal, ese mismo que parece ser especialmente severo con las "ofensas a los sentimientos religiosos". Como mínimo, predicar la Yihad debería estar más castigado que las aberrantes condenas por ofender a las víctimas del terrorismo (en especial si la "víctima" era un criminal como Carrero Blanco).
            Creo que no deberíamos colaborar con dictaduras religiosas, como lo son nuestros aliados de las petromonarquías. Que no deberíamos ser benévolos con jugadores de dos barajas, como Erdogan. Que no deberíamos ser tan hipócritas de apoyar a grupos islamistas cuando se oponen a tiranuelos que no nos interesan. Que no deberíamos mirar a corto, calculando quién saldrá beneficiado de una victoria contra los chiflados de turbante, si seremos nosotros o nuestros rivales los que nos llevemos la parte del león en el reparto. Que no debemos desamparar a los kurdos, nuestros andalusíes del siglo XXI, nuestro Rey Lobo que nos protege de los almohades.
            Y creo que hay que acabar para siempre con DAESH, sin miramientos, con todos los medios a nuestro alcance, y con cualquiera que en el futuro sea tan hijo de puta como para matar a una niña de ocho años.


7 comentarios:

  1. Gracias por el insuficiente (pero enorme) consuelo de tu razón.

    Un abrazo.

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  2. Excelente artículo Josep. Gracias

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  3. A raiz de los comentarios que esta entrada ha motivado en Facebook, debo añadir lo siguiente:
    Lo siento mucho, pero no comparto el discurso de la culpa. No puedo entender que lo políticamente correcto sea no culpar a los musulmanes y decir que los malvados son "una minoría" y, al mismo tiempo, culpar a todos los occidentales, incluidos los que nunca hemos apoyado el mal, y hablar de que los responsables son una "mayoría". No podemos lanzarnos a nosotros mismos el mensaje que condenamos cuando se dirige a otros, no podemos proferir los mismos argumentos que emplean quienes nos atacan. Y no podemos desmemorizarnos así. Porque un 93% de los españoles estaba en contra de la guerra de Irak, hubo manifestaciones multitudinarias, y ahora resulta que "una mayoría" somos responsables del mal ajeno. No, amigos, no contéis conmigo para ese discurso.

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  4. navegando esta madrugada sin poder dormir..te leo
    me has encantado
    gracias

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