sábado, 30 de agosto de 2014

De caspa y gazpachos, o cómo los romanos inventaron la bebida isotónica.

Caspa.
            A veces, los médicos nos referimos con la palabra “caspa” a aquellas afecciones o síntomas de escasa importancia. Algunos la consideran despectiva, por relacionarla con la tan denostada afección capilar que debe ser combatida con costosos champús, pero su uso es mucho más inocente.
            “Caspa” es una voz del latín hispano (tal vez prerromana) con más de un uso, y con un significado original que era algo así como “cacho”, o sea, una forma vulgar de referirse a fragmentos de pequeño tamaño. De ahí el significado de “poca importancia” que usamos los galenos.
            Un uso particularmente extendido de la palabra en la antigüedad era para referirse a la migas de pan, y después volveremos sobre ello, pero a veces pienso si no será por similitud con las pequeñas escamas que desprende el cuero cabelludo (y que efectivamente parecen miguitas) por lo que se llamará así a la “caspa” de la cabeza. De todos modos, la RAE dice (recuerdo) que es voz “de origen incierto, quizás prerromano”, y no seré yo quien corrija a los señores académicos.

Cosas de la cantimplora.
            De pequeño, en verano, mi madre me preparaba una bebida refrescante con vinagre y agua. Este refresco se ha consumido en España desde tiempo inmemorial, añadiendo a veces azúcar (sobre todo para los niños). En ocasiones, los adultos cambiaban el vinagre por vino barato. Cuando estudias un poco de Historia, descubres con sorpresa que los romanos ya bebían lo mismo (la posca). Además de una bebida festiva (en sus versiones abstemia y alcohólica) había también una variante militar. Las cantimploras de los legionarios se llenaban con vinagre y agua (base hidratante), sal (para recuperar la perdida con el sudor), ajo y cebolla machacados (tónicos vasculares y saborizantes), y aceite de oliva (el componente energético). Ocasionalmente, también pepino triturado (otro saborizante y, además, fuente de hidratos de carbono). O sea, que los romanos inventaron las bebidas isotónicas antes del Isostar, Gatorade o Aquarius.

Y, por fin, el gazpacho.
            Los romanos trabajaban como romanos. Duro, eficiente, para siempre. Marchaban con quilos y quilos de material durante un montón de millas romanas y por el camino iban construyendo calzadas y puentes, que una legión era básicamente un ejército de ingenieros pesadamente armados. Así es que a veces no había tiempo de cocinar maravillas. Aquí es cuando viene la sopita de emergencia.
            Eres romano y marchas por Hispania poniendo losas en la Vía Heráclea. Pausa para comer. Así es que sacas tu cantimplora de bebida isotónica, la viertes en una escudilla y te poner a desmigar el pan de tu ración en pequeños cachitos (recordad, “caspa”), con lo que te haces un... ¡caspatum!

            Así es que, en lo que queda de verano, recordad que cada vez que vais a la nevera y abrís el bric, en realidad estáis consumiendo un poquito de Historia.

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