Caspa.
A veces, los médicos nos referimos
con la palabra “caspa” a aquellas afecciones o síntomas de escasa importancia.
Algunos la consideran despectiva, por relacionarla con la tan denostada afección
capilar que debe ser combatida con costosos champús, pero su uso es mucho más
inocente.
“Caspa” es una voz del latín hispano
(tal vez prerromana) con más de un uso, y con un significado original que era
algo así como “cacho”, o sea, una forma vulgar de referirse a fragmentos de
pequeño tamaño. De ahí el significado de “poca importancia” que usamos los
galenos.
Un uso particularmente extendido de
la palabra en la antigüedad era para referirse a la migas de pan, y después
volveremos sobre ello, pero a veces pienso si no será por similitud con las
pequeñas escamas que desprende el cuero cabelludo (y que efectivamente parecen
miguitas) por lo que se llamará así a la “caspa” de la cabeza. De todos modos,
la RAE dice (recuerdo) que es voz “de origen incierto, quizás prerromano”, y no
seré yo quien corrija a los señores académicos.
Cosas de la cantimplora.
De pequeño, en verano, mi madre me
preparaba una bebida refrescante con vinagre y agua. Este refresco se ha
consumido en España desde tiempo inmemorial, añadiendo a veces azúcar (sobre
todo para los niños). En ocasiones, los adultos cambiaban el vinagre por vino
barato. Cuando estudias un poco de Historia, descubres con sorpresa que los
romanos ya bebían lo mismo (la posca). Además de una bebida festiva (en
sus versiones abstemia y alcohólica) había también una variante militar. Las
cantimploras de los legionarios se llenaban con vinagre y agua (base
hidratante), sal (para recuperar la perdida con el sudor), ajo y cebolla
machacados (tónicos vasculares y saborizantes), y aceite de oliva (el
componente energético). Ocasionalmente, también pepino triturado (otro
saborizante y, además, fuente de hidratos de carbono). O sea, que los romanos
inventaron las bebidas isotónicas antes del Isostar, Gatorade o Aquarius.
Y, por fin, el gazpacho.
Los romanos trabajaban como romanos.
Duro, eficiente, para siempre. Marchaban con quilos y quilos de material
durante un montón de millas romanas y por el camino iban construyendo calzadas
y puentes, que una legión era básicamente un ejército de ingenieros pesadamente
armados. Así es que a veces no había tiempo de cocinar maravillas. Aquí es
cuando viene la sopita de emergencia.
Eres romano y marchas por Hispania
poniendo losas en la Vía Heráclea. Pausa para comer. Así es que sacas tu
cantimplora de bebida isotónica, la viertes en una escudilla y te poner a
desmigar el pan de tu ración en pequeños cachitos (recordad, “caspa”), con lo
que te haces un... ¡caspatum!
Así es que, en lo que queda de
verano, recordad que cada vez que vais a la nevera y abrís el bric, en realidad
estáis consumiendo un poquito de Historia.
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