Un
bloguero saudí acaba de recibir 50 latigazos. Rectifico: los primeros 50
latigazos, porque ha sido condenado a 1000. ¿Su delito? Promover el debate
crítico en un país controlado por una teocracia. La noticia AQUÍ.
Con motivo de los espantosos
atentados en París (Charlie Hebdo y el Hyper Casher), hemos asistido a un
aluvión de condenas, pero al mismo tiempo a otra riada de manifestaciones que
distancian el terrorismo de la religión. Por un lado, manifiestos sobre el
carácter pacífico del Islam en particular y de lo sagrado de la vida humana en
general. Por otro, un recordatorio de los terrorismos no religiosos. Me da
igual. Se equivocan.
Soy ateo. Convencido y militante. No
acepto eufemismos del tipo “agnóstico”, “escéptico” o “no creyente”. Soy ATEO,
y me enorgullezco de serlo. Se me ha criticado mucho por ello. Parafraseando a
alguien (no recuerdo quién, mi memoria tiene límites): decir que falto al
respeto a los creyentes en una religión porque odio la religión, es como decir
que falto al respeto a los enfermos de cáncer porque odio el cáncer.
Independientemente de las creencias religiosas individuales (absolutamente
respetables), las religiones organizadas (con una casta que se arroga la
exclusiva intermediación con un dios y la interpretación de su voluntad) son una
de las peores desgracias que han caído sobre la humanidad. Las esporádicas
obras beneficiosas (desde la copia amanuense de libros hasta los comedores
caritativos) no llegan a compensar, ni de lejos, los enormes daños que han
infligido.
Todo esto viene a cuento de los
espasmos negacionistas que han surgido desde lo de París. Dawkins decía que las
personas malas hacen cosas malas, pero que la religión puede hacer que las
personas buenas hagan cosas malas. Y esto es lo que quiero desarrollar a
continuación.
Los
fanáticos solo son un porcentaje de la religión.
Para que el mal triunfe, solo es
preciso que las buenas personas no hagan nada. La frase se atribuye a Einstein,
pero la han dicho tantas personas que creo imposible rastrear el origen.
El problema con la religión es que
hay una excesiva tolerancia hacia la susceptibilidad religiosa. Los creyentes
se ofenden con facilidad, con MUCHA facilidad, y los demás nos hemos
acostumbrado a la autocensura para no tener problemas. Dentro de ellos hay
muchos grados, desde los vagamente teístas hasta los que se desuellan las
rodillas. Pero el porcentaje de los que calladamente aprueban la venganza
contra los blasfemos es muy alto. Son muchos los que han dicho que “no
justifican el atentado pero...”. Tradúzcase “no justifico” por “sí, pero no voy
a decirlo en voz alta”. “No tenían que haberse metido con Mahoma”. “Es una
falta de respeto”. “Sabiendo cómo son, no hay que pincharlos”. Todas esas
frases esconden una lamentable falta de condena hacia la desproporción entre la
irreverencia y la extinción de una vida humana. Por no hablar de que las
creencias son subjetivas y, por tanto, cuestionables. No es peor cuestionar una
creencia religiosa que la creencia en el racismo, por ejemplo. A nadie se le
ocurriría decir de un racista que “esa es su creencia y tú debes respetarla”. O
de un homófobo, un xenófobo, un machista, un nazi... Desde el momento en que
las creencias se traducen en actos, son susceptibles de censura, porque nos
afectan a todos.
¿Porcentaje? Veamos el caso de Arabia
Saudí, un estado teocrático que condena a las mujeres que conducen o aplica
1000 latigazos a un bloguero. ¿Podemos hablar aquí de porcentajes? En cuanto la
religión (o los religiosos) alcanza el poder, construye una tiranía
inaceptable. Esto es cierto para el cristianismo medieval, para Calvino, para
los “jueces” del Antiguo Testamento, para el Estado Islámico y para nuestros
queridos aliados (proporcionadores de valioso petróleo) de la Península
Arábiga. Y millones de personas lo aceptan e incluso lo apoyan. Habría que
preguntar cuántos españoles, en 1939, estaban a favor de la connivencia de la
Iglesia Católica con el franquismo, cuantos italianos apoyaban las leyes
antisemitas emanadas del Vaticano y adoptadas por el fascismo, cuantos
católicos austríacos y bávaros se congratularon por las persecuciones
religiosas de los nazis. Cuando un millón de personas se manifiesta en Madrid
contra el matrimonio homosexual, no podemos hablar de “porcentajes” como si
fueran minorías irrelevantes.
Y además, seguro que son buenas
personas, buenos padres y vecinos, que pagan sus impuestos y separan el
reciclado. Pero hay una casta sacerdotal que les ha dicho lo que es correcto
pensar y lo que es condenable, y les ha enseñado a odiar al blasfemo. Los
terroristas no son solo un porcentaje de los religiosos: son el porcentaje que
se decide a tomar las armas y hacer lo que muchos millones desean.
También
hay terrorismos no religiosos.
Sí, pero por suerte no son iguales.
¿Qué diferencia hay entre un
terrorista y un guerrillero? La victoria. Exclusivamente. Si los españoles de
mayo de 1808 hubiesen sido finalmente derrotados por Napoleón, hoy hablaríamos
de los terroristas que, inducidos por curas y aristócratas, mataron con saña a
pobres reclutas franceses que querían instaurar una monarquía ilustrada. Lo
mismo diríamos de los separatistas de las colonias norteamericanas contra el
rey Jorge, de los maquis franceses o de los partisanos yugoslavos. Diríamos lo
mismo de Gandi, incluso. Entre el IRA de Irlanda del sur y el IRA del Ulster
solo hay una diferencia: los primeros ganaron y los segundos no.
Los terrorismos no religiosos son
movimientos políticos y militares que triunfan (y entonces dejan de ser
terroristas) o son derrotados. Y esa es la diferencia abismal con los religiosos.
Se puede derrotar política, policial o militarmente a un terrorismo no
religioso, pero es imposible una victoria militar sobre la religión. Los
fundamentalistas seguirán reproduciéndose como las cabezas de la hidra, porque
su base, la religión, aspira a ser eterna, sus verdades son absolutas y su
validez es perdurable. Se puede acabar con una organización islamista, o con
los fundamentalistas protestantes norteamericanos que ponen bombas en clínicas
abortistas, o con un grupo de colonos judíos ultraortodoxos, y al día siguiente
un imán, un predicador o un rabino volverán a encender los ánimos y seguirán
atacando a los infieles. Y además, como aspiran al dominio universal, nunca
pueden vencer. Los independentistas norteamericanos no querían invadir
Inglaterra, ni los guerrilleros españoles poner a Fernando VII en el trono
francés, pero para un fundamentalista religioso ningún logro será suficiente.
Solo la victoria aplastante y el exterminio físico del enemigo constituyen el
fin de la violencia religiosa.
Ahora,
si queréis, ponedme una bomba. En nombre de vuestro dios.
Enhorabuena Josep, fantástica entrada que comparto. Que me pongan la bomba a mi tambien
ResponderEliminarNo tendrán bombas suficientes para todos nosotros. Un saludo.
EliminarBrillante, como siempre.
ResponderEliminarSiempre he dicho que las religiones y los nacionalismos son el cáncer de la humanidad.
ResponderEliminarAmbos se apoyan en la ignorancia y en el miedo (a los diferentes, a los que viven al otro lado de la frontera, al demonio o al juicio final) para imponer sus intereses que siempre suelen ser muy terrenales.
Bravo, Josep. Valiente y brillante reflexión.
Otro ateo (cada vez más militante).
Acertadísimo comentario. Muchas gracias.
Eliminar... ¡No estoy de acuerdo! ... pero cualquiera se atreve... ¡Una bomba!. ¿Cuál, la que usted ha puesto (escribiendo este artículo), o la que no le van a poner?
ResponderEliminarNo se puede hablar (escribir) de ese modo. ¿Sabe por qué?. Porque los errores humanos se extienden desde hace ya muchos siglos, y hoy, hasta nuestra propia existencia es un error. Un error que, en el mejor de los casos, vivimos como podemos y con el corazón encogido. Cómo se puede hablar tan categóricamente sin caer, al mismo tiempo, en lo mismo que se condena.
Comience usted una nueva humanidad, no se equivoque nunca, y cuando lo logre, vuelva a publicar esta jaculatoria.
¿Sabe por qué comento esto como anónimo?. Porque su seguridad me inspira miedo.
¿Mi escrito es una bomba? Es curioso el miedo que los fundamentalistas le tienen a la palabra.
EliminarEse el el problema, que ustedes creen que "No se puede hablar (escribir) de ese modo.", porque solo hay un modo correcto, el que Dios ha ordenado.
¿Y dice Usted que porque los errores son antiguos no hay que denunciarlos? ¿Y que solo tengo derecho a escribir si yo solo construyo un mundo perfecto? ¿Pero de verdad se lee Usted cuando escribe?
Y, ¿mi seguridad le da miedo? Curioso, muy curioso... Ese miedo a la seguridad ajena daría de comer a más de un psicoanalista. Yo, escritor anónimo, no me oculto. Doy la cara por mis respuestas. No escondo la mano tras tirar la piedra.
Porque creo en la libertad de palabra y de expresión, esa que a Usted tanto le horroriza.